Boca campeón. El Guillermo que nadie conoce: un viaje a la intimidad del Mellizo, un ganador como jugador y DT

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Está acostumbrado. Para él, dar la vuelta olímpica con Boca es algo frecuente. Es una práctica que realizó en 16 ocasiones (6 torneos locales y 10 copas internacionales). Sin embargo, el que terminó de concretarse anoche tras el triunfo de San Lorenzo ante Banfield tiene el sabor de una nueva primera vez. Porque a diferencia de los anteriores, que los había conseguido con los pantalones cortos y dentro del campo de juego, Guillermo Barros Schelotto logró éste de camisa y saco, y del otro lado de la línea de cal.

Asumir la conducción técnica, en dupla con su hermano Gustavo, era un desafío grande. Era tirar sobre la mesa todo el poder de su idolatría y arriesgarla. Exponerse a un fracaso, a una crítica, a un insulto. Pero nada de eso ocurrió. Con la consagración en el campeonato de Primera División, Guillermo pudo resguardar su figura, esa que lo elevó al pedestal de los ídolos más queridos de la historia del club de la Ribera. Su estatua, brilla más que nunca.

Una conferencia que dolió

Antes de encarar el encuentro ante Patronato, Guillermo se disponía a dar la conferencia de prensa tradicional de cada viernes. «Bueno, muy bien, gracias a todos», le puso fin el jefe de prensa encargado. En ese momento, el técnico de Boca movió la silla y, justo antes de levantarse, un fierro que sobresalía de la mesa le terminó haciendo un corte cerca de la rodilla. El Mellizo no pudo ocultar el gesto de dolor, por lo que la sala Antonio Carrizo quedó expectante de su reacción, quizás esperando algún indicio de mal humor. Pero no siempre hay en Guillermo un rostro serio: después de revisarse la herida, se levantó y empezó a reírse, incluso haciendo un comentario que causó gracia en todos los periodistas y camarógrafos.

Un drone nada peligroso

Un día después, en el contacto con la prensa, una periodista le consultó si el fastidio del cual se hablaba era cierto. El Mellizo sonrió tímidamente y comenzó a explicar de manera formal: «Dijeron que me había enojado. Vi el drone sobre el final del entrenamiento, pero no me enojé porque no estaba grabando la práctica. Supongo que si uno decide hacer algo a puertas cerradas, por diferentes motivos, me parece que no está bien que haya un drone».

Sin embargo, cuando Guillermo decidió dar más detalles del suceso para no dejar sospechas de su verdad, tuvo que «vender» al periodista de TyC Sports, que en realidad había pedido permiso para filmar el estado del campo de juego de la Bombonera: «Igual, el aparato no estaba grabando el entrenamiento. ¿O si, Tato (Aguilera)?». Inmediatamente, ante la exposición, ambos se tentaron y al técnico se le vio una carcajada como nunca antes.

Guillermo se abraza a Werner, tras el 4 a 2 a River en el Monumental
Guillermo se abraza a Werner, tras el 4 a 2 a River en el Monumental. Foto: LA NACION

Un abrazo para nada clásico

No había sido un fin de semana sencillo de digerir. El sábado, en la última práctica antes del superclásico, el arquero Guillermo Sara sufrió una luxación en su hombro derecho. Ante el imprevisto, el Mellizo debió recurrir a Axel Werner, con sólo 20 años y apenas un amistoso custodiando la valla azul y oro.

La tensión ante el inesperado debut del joven rafaelino duró buena parte del partido contra River, que recién se volcó en favor de Boca cuando faltaban 9 minutos para el final, cuando Carlos Tevez le metió una comba inolvidable a la pelota y la mandó a guardar al ángulo izquierdo de Augusto Batalla.

Ya en tiempo de descuento, Ricardo Centurión selló el 4 a 2 y en el festejo de aquella conquista Guillermo se volvió a sentir futbolista. El ahora DT se metió al campo de juego y, en su corrida triunfal, se encontró con Werner: no dudó en treparse del joven arquero y celebrar la victoria en el Monumental con una postal inolvidable.

El enojo con Pitana y una protesta graciosa

El superclásico de verano, el primero del año, ya formaba parte de la historia. El 2 a 0 a favor de River calentó más el vestuario xeneize en Mar del Plata. Guillermo, en apariencia muy enojado, caminaba de un lado a otro aguardando el ingreso de Néstor Pitana. Según el Mellizo, el árbitro había perjudicado al equipo que conduce.

El juez había decidido expulsarlo. Primero a él, por reclamos reiterados, y luego a su hermano Gustavo, junto con Marcelo Gallardo, por volver del entretiempo al campo de juego después de lo permitido.

«Mi expulsión la puedo llegar a entender, aunque no la comparta. Pero necesito que me explique por qué echó a Gustavo y a Marcelo», le dijo Guillermo, muy serio, a los periodistas que aguardaban en la zona mixta. Y agregó: «Me dicen que fue por entrar tarde al segundo tiempo. Es muy extraño, antes de que empiece el primer tiempo fue Pitana el que entró tarde. Y a él nadie lo echó», gritó, antes de tentarse por su propia ocurrencia, desactivando cualquier tipo de tensión seria que pudiera tener la situación.

Una competencia muy sana

Lejano pero siempre recordado, una de las frases de Guillermo que quedarán por siempre en Casa Amarilla es la de la prohibición que le impuso a sus jugadores de «tirar centros de mierda». Muchas fueron las veces que el Mellizo se fastidió, pero también lo han sido las veces que se transformó en un compañero más para hacer divertir a sus jugadores mediante desafíos y chicanas.

Desde que empezó su ciclo, fueron habituales dos juegos. Uno tenía que ver con meter goles desde lejos, aunque en mini-arcos. Allí, Guillermo hacía pareja con un jugador del plantel y se enfrentaba a su hermano Gustavo, que como compañero también contaba con otro futbolista.

El otro, aún permanece: después de cada práctica, a la cual los Mellizos le ponen un porcentaje completo de seriedad, se suman a una larga lista de jugadores (Benedetto, Pavón, Fabra, Silva, Solís, Bentancur, Bou, Zuqui) y todos juntos ejecutan varias tandas de tiro libres: se desafían no sólo a quién hace más goles sino también a contar quién es el que la cuelga más veces de los ángulos. Y ahí, las burlas de Guillermo ante algún flojo remate son constantes, lo que genera la sonrisa de sus dirigidos, que mientras se entretienen, mejoran su precisión.

Las piñas no lo golpearon

El 14 de febrero de este año, Día de los enamorados, en Casa Amarilla lo que menos hubo justamente fue amor. Aquella jornada, Jonathan Silva y Juan Insaurralde se trenzaron a golpes de puño. Guillermo, súper caliente, los echó de la cancha y hasta revoleó contra el césped su Ipad. «Se van a la mierda. La puta madre. ¡La puta madre! ¡Váyanse y no vuelvan más!», les gritó. El clima, decididamente, fue tenso. Adentro y afuera. Tanto que la práctica finalizó pocos minutos después.

Sin embargo, lo sucedido no cambiaría totalmente el humor del técnico de Boca: mientras sus dirigidos realizaban el estiramiento final, él se puso con Gustavo a patear tiro libres. Sus jugadores vieron eso y se agregaron para darle otro color al cierre de la jornada. Y lo lograron: Guillermo y Gustavo se divirtieron y terminaron sonriendo luego de una situación desagradable.

A Barrios le tomaron el pelo

El volante colombiano ya había dado pruebas suficientes de que era una pieza clave del equipo. Sin embargo, el cuerpo técnico había decidido dejarlo en el banco de suplentes contra River, en la Bombonera. Tras la derrota, el Mellizo reconoció ante la prensa: «Pude haberme equivocado con el planteo de este partido». En la primera práctica posterior a ese tropiezo superclásico, Guillermo aprovechó un descanso en el trabajo para dialogar a solas con Barrios, en el medio de la cancha principal del Complejo Pompilio. Los gestos del DT y las risas del colombiano evidenciaron que la charla trascendía lo futbolístico. Barros Schelotto le elogiaba a Wilmar la tintura rubia de su pelo rizado…

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