Por qué River no puede volver a fallar en el mercado de pases

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El hincha cuarentón, más desolado que desencajado, bajaba las escaleras de la platea Belgrano del estadio Monumental con un interrogante que le ensombrecía el rostro. “Un mes atrás nos ilusionábamos con ser campeones de América; hoy no sabemos cómo vamos a hacer para ganarle a Atlético Tucumán la final de la Copa Argentina”, se lamentaba en voz alta, como para que lo escuchasen todos los que estaban a su alrededor. Ninguno de sus compañeros de tribuna se atrevió a contradecirlo.

Aquella noche del martes 31 de octubre, en Lanús, no sólo la vida deportiva de River dio un giro nocivo de 360 grados: el golpazo insospechado le cambió la cabeza a un equipo de Marcelo Gallardo que hacía de sus respuestas espirituales uno de sus atributos descollantes.

El “River pre Lanús” se apoyaba en su mente pétrea hasta para disimular falencias de juego: muchas veces, cuando no le sonaban los violines del fútbol, el carácter servía para sostener las grandes misiones e, incluso, para amedrentar a los rivales.

El “River post Lanús” no sólo se vino a pique desde la prestación futbolera colectiva e individual: también, quizás inconscientemente, arrió las banderas anímicas. Es como el boxeador de mandíbula frágil: al primer impacto, se cae. Y no se levanta más. Más allá de los colores de la camiseta y de los nombres repetidos, los “dos River” se hallan en las antípodas. No se reconocen, seguramente. No deben creer -su técnico y sus jugadores- lo que les está sucediendo. Y no ubican, al menos hasta hoy, la solución a tantos pesares.

Con la tranquilidad de tener asegurada la continuidad de Gallardo, gane quien gane las elecciones del 3 de diciembre, la coyuntura reclama una vasta y honda renovación. Porque hay futbolistas que no dieron la talla y cuyos ciclos parecen más que agotados (Carlos Auzqui, Milton Casco, Iván Rossi, Alexander Barboza). Porque hay refuerzos que no justificaron su llegada (Germán Lux). Porque hay otras contrataciones que estuvieron lejos de rendir en plenitud pero que por su jerarquía continúan con el crédito abierto (Javier Pinola). Porque hay bajones realmente preocupantes de referentes (Ariel Rojas y Jonatan Maidana son los más notorios). Porque hay vaivenes incomprensibles de intérpretes determinantes (Nacho Fernández, Pity Martínez). Porque hay jóvenes a los que le vendría bien una temporada a préstamo en otros clubes sin tantas presiones ni tanta exposición (como sucede con Augusto Batalla y Tomás Andrade). Porque a la columna vertebral de la estructura le faltan dos piezas esenciales: un arquero de probada calidad y un goleador que acompañe al solitario Ignacio Scocco. Este River pide a gritos refuerzos que sean refuerzos en serio y no rellenos; y los requiere con urgencia y en las cuatro líneas.

Con vistas a 2018, Gallardo deberá pensar en qué se equivocó él y en qué se equivocaron sus dirigidos. Y tendrá que recuperar todo lo que se perdió por el camino: identidad, rebeldía, solidez, fútbol, gol, cabeza inquebrantable. Mientras, el 9 de diciembre en Mendoza, queda la final de la Copa Argentina contra Atlético Tucumán. La grandeza de River exige ganarla. La grandeza de River sabe, también, que alzar ese trofeo sólo serviría como un premio consuelo, como un bálsamo para ponerle fin a un año que pudo ser soñado y que por ahora es una pesadilla.

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