«Con Cerebro y Corazón», por Isabel Muñoz

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Jacques Rousseau formuló el sentido de la educación en su tratado filosófico «Emilio» – escrito en 1762 – donde el educador dice de su alumno: “Lo que quiero enseñarle es el oficio de vivir”. La norma es desmedida, porque solo se puede ayudar a aprender a vivir. Vivir es empírico, se aprende, primero en la familia, en la escuela, con los libros

La educación institucional, la literatura, la historia, las matemáticas, las ciencias, ayudan a la inserción social; sin duda leer y escribir, saber números es importante y necesario.
Pero… ¿por qué cada vez más falta la posibilidad de afrontar los problemas fundamentales existenciales del ser humano?
Nuestra educación nos enseña muy parcial e insuficientemente a vivir, ignorando los problemas implícitos de la existencia misma y recortando la sapiencia en tajadas separadas, pasando a ser legitimada, solo, por la razón.

Pero, la vida es un entretejido mezclado de razón y emoción. Se vive muy mal sin razón, se vive muy mal sin emoción. La buena dialéctica razón/pasión sería la que fuera guiada por la bondad y el amor. Es la única vía para superar lo que el Homo sapiens demens inventó: el odio, la maldad gratuita, la voluntad de destruir por destruir. (E. Morín).

Consternados por lo acontecido en nuestra ciudad en las últimas horas, sin que la razón pueda comprender una lógica, que haya impulsado al demonio interno de ese siniestro personaje, nos preguntamos una y otra vez _ ¿POR QUE? ¿Cómo puede existir un sujeto de esa naturaleza?. Seguramente, educado institucionalmente, con conocimientos básicos, de números, letras, con un cierto grado de “raciocinio”, porque la trama de los hechos, narran movimientos en función a un depredador acechando a su víctima, hay un “saber” sobre un “hacer”. Sabe que la victima esta en inferioridad de condiciones. Sabe de su crueldad, como un fumador su riesgo al cáncer, pero no importan las consecuencias. Sabe, pero sabe con razón, con la razón de “no sentir”. Posee el conocimiento de un vacio que lo arroja a la nada misma, y, el ser humano no está preparado para comprender la nada. Se produce, entonces, un “embotamiento de emociones”, esto es: sin empatía, sin reconocimiento del Otro como par, naturalizando la maldad como modo de vida para llenar el hueco espiritual con “cosas”, en este caso, y en tantos, cosificando la vida de una inocente, apoderándose de esa vida, y decidiendo sobre la misma, si no existe la conexión entre razón-emoción, “hay una disociación emocional, sin pérdida de conciencia de la propia identidad…” OMS (CIE 10, 1992).

El “analfabetismo emocional” conduce al cuerpo y a la mente a un estado de hostilidad y crueldad en su vertiente más letal. Al carente de emociones, se lo puede denominar “loco amoral”, psicópata, pero NO podemos olvidar que, poseen capacidad de juicio conservada, saben la diferencia entre lo que está bien o mal, pero no les importa, esos límites no son para ellos. La neurociencia, está estudiando las bases neurobiológicas de la moralidad, ha llegado a la conclusión que en las decisiones morales la razón no juega un papel como hasta ahora se ha creído; cuando alguien se enfrenta a un problema de tipo moral, lo primero que se genera en el cerebro es una reacción emocional, justamente lo que falta en los psicópatas, por otra parte, la razón les ayuda para justificar lo que hace.

Por lo visto «enseñar a vivir», del preceptor del Emilio de Rousseau es un mandato accesible, no hay recetas, pero se puede enseñar a vincular los saberes de la vida a la vida misma. Como diría Descartes, crear un método que logre conectar razón y emoción.
Enseñar a cada uno y a todos lo que ayude a Honrar la vida y no a destruirla.

Por Isabel Muñoz, para Junín24

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