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Las Aguad: tres hermanas unidas por Villa y por el fútbol

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BIENVENIDOS A CASA

Apenas crucé la puerta, me encontré a Flavia y Mariana mirando un picadito entre los más chiquitos. De ahí caminamos hasta Eva, la menor, que nos esperaba con la escoba en la mano. Si es por la entrevista, olvidate, le dije. Si es por amor al club, si querés seguí. Las dos cosas, contestó mientras terminaba de juntar la tierra en un rincón y dejar limpito el salón de su segunda casa.

Mariana, mediocampista de 33 años; Flavia, centrodelantera de 31; y Eva, actualmente lateral izquierda de 28; son hermanas en dos familias diferentes: la de sangre, que les dio el apellido Aguad, y la del corazón, que les dio el mote de Villeras.

De izquierda a derecha: Mariana -33-, Eva -28- y Flavia -31-

EL INICIO DE LA HERMANDAD FUTBOLERA

De mayor a menor. Así se dio el inicio de las hermanas Aguad en el fútbol. Todo empezó con Mariana, no precisamente en Villa Belgrano. Le siguió Flavia y la última fue Eva, que había tardado un poquito más en contagiarse de la locura futbolera.

«Yo antes con el fútbol nada que ver. Era la que cuando terminaba el partido se sentaba a tomar la Coca, pero no participaba tanto dentro de la cancha», recordó la menor de las hermanas.

La historia, como dijimos, empezó en Mariana. «Siempre me gustó el fútbol, desde chiquita. Jugábamos con Flavia –Eva jugaba a las muñecas, acota la del medio-. En gimnasia era a la primera que elegían. Por cosas de la vida, por trabajo, anduve por todos lados. Cuando volví a Junín, me metí en Independiente. Haría 15 años que no tocaba una pelota, pesaba casi 90 kilos. Me cambió la vida. Volví a sentirme como no me había sentido en mucho tiempo».

La mayor de las Aguad jugó dos años en Independiente, dirigida por Mauro y Osvaldo Bianco. Fue nueve y goleadora del equipo, pero se terminó perdiendo el partido más importante. Ese que todavía hoy sueña con poder vivir, pero con la camiseta de Villa. «No pude jugar la final del Nocturno porque me quebré jugando en sintético un amistoso. Me perdí de jugar la final que hasta el día de hoy no pude repetir».

«Me perdí de jugar la final que hasta el día de hoy no pude repetir»

Para ese entonces, Flavia ya defendía la camiseta de Villa y recordó cómo eran los cruces con su hermana mayor. «Antes del partido, fotito. Después, nos matábamos. Una vez nos gritamos tanto que le dije que le iba a decir a mamá. Hasta el árbitro se reía«. Mientras Eva, como hincha, tenía el corazón partido a la mitad. «Yo estaba afuera. Gritaba un gol de Independiente. Gritaba un gol de Villa. La gente me miraba. Es que tengo a mis dos hermanas, les decía».

Terminó el ciclo de Mariana en Independiente y se fue a Villa Belgrano, para jugar junto a Flavia. Tiempo después, Eva cruzaría el alambrado para calzarse, también, la camiseta con la V azulada y dar inicio al tridente Aguad. «Entendí que no podía ser más hincha y me metí a jugar. Cuando llegué a Villa dije guau, son un montón de chicas, cada una con su vida. Es todo lindo. Compartir tristezas, alegrías. Es lindo ver como van llegando todos a la cancha a vernos».

LA PERTENENCIA

Mariana y Eva coincidieron en destacar a su otra hermana como un engranaje fundamental para el desarrollo del fútbol femenino en Villa Belgrano. Flavia, con modestia, explica por qué. «Fuimos un grupo que luchó mucho porque vuelva el fútbol femenino. Tendría que estar Vane Barraza acá, por todo lo que hizo. Es emocionante. Somos hinchas y al club lo sentimos nuestro. Estamos tomando mate acá y es como estar en casa. A lo mejor, en los otros clubes son jugadoras. Nosotras tenemos un cumpleaños y lo primero que pensamos es lo hacemos en el club. Si juegan nuestros hijos, venimos en banda, con el mate».

«Somos hinchas y al club lo sentimos nuestro»

Ese sentido de pertenencia es el que las hace superar cualquier adversidad, incluso cuando se sienten en desventaja. «Nosotras nos ponemos la camiseta de Villa y podés sacar a diez de la cancha que la que queda va a seguir corriendo. No me puedo imaginar en otro equipo, jugando en contra de Villa. Te juro que patearía la pelota afuera«. -Si llegás al arco-, acota Mariana, porque siempre hay que pelearse un poquito entre hermanas.

EL SACRIFICIO

Ser jugadora de fútbol femenino no es una aventura sencilla. Sin pasión, no se podría lidiar con todo lo que falta, con ser el último espacio que miran los dirigentes, tanto a nivel nacional como a nivel local. Tampoco podrían sin el sacrificio, porque para ellas jugar a la pelota es cuestión de administrar las prioridades.

«Todas trabajamos, todas tenemos chicos, todas tenemos obligaciones. Y hacemos lo que sea para venir a practicar. Podés estar mal, peleada con tu pareja, sin haber cobrado en el trabajo, pero siempre hay una que te levanta», explicó Flavia.

«Yo trabajo en un chino. No sabés lo que es explicarle que me tengo que ir media hora antes para jugar. Les mostrás un botín y no saben lo que es. No entienden nada. Yo me voy igual», contó Mariana. Para Flavia, la odisea es similar: «Yo le debo horas a mi compañero. El último partido, que quedamos afuera, jugábamos lunes a las 13.30. De seis de la mañana a dos de la tarde hacía en la estación de servicio. Le pedí a mi jefe, que es un genio –por más que seas de Moreno, Dani, le aclara al grabador- y me dijo que hablara con mi compañero. Le pedí por favor y por suerte todos nos bancan«.

«Mami pidió una camiseta de Villa para el cumpleaños»

Acá se agranda la familia Villera, porque Eva remarcó que entre tanto sacrificio, es determinante la colaboración de Nelly, su mamá. «Está a pleno. Me arrolla las venditas, me las pone adentro de los botines. Capaz que llegamos muertas. Pero cuando estamos calentando, miramos y vemos a mi mamá, con nuestros hijos… Los sobrinos, los hermanos. Ahí es cuando encontrás fuerzas otra vez». Y por si quedara alguna duda de esa ayuda incondicional, Flavia contó: «Mami pidió una remera de Villa para el cumpleaños».

LAS PICANTES

Las tres hermanas Aguad reconocen que en los demás equipos las consideran jugadoras de temer. Por aguerridas, por temperamentales y fundamentalmente porque se defienden entre ellas.

«Somos conscientes de que las tres somos muy temperamentales», avisó Mariana. «Yo no tanto, porque soy la más chica. Me ha pasado que me han pegado y estoy tirada en el piso, mal. Y veo que viene mi hermana Flavia, me paró y le digo, estoy bien Fla, para que no pase nada«, completó Eva.

«¿Cómo hacés si el que te tiene que cuidar te está diciendo que es más guapo que vos?»

Flavia también se hace parte del mea culpa, pero recalcó que hay situaciones en las cuales habría que tener nervios de acero para no reaccionar: «Sabemos que nuestro temperamento no nos favorece, pero también estaría bueno que nos dejen un poquito de sobar y sobar. Yo me tengo que aguantar árbitros que me dicen yo te voy a enseñar, acá mando yo o hacete la viva ahora. ¿Cómo hacés si el que te tiene que cuidar o impartir justicia te está diciendo que es más guapo que vos? Yo me vuelvo loca».

Eva recordó una situación en la que fueron castigadas por portación de apellido: «Pasó que la habían echado a Mariana y cuando fuimos a ver el informe estaba echada yo. Fuimos a reclamar y me han dicho que no había vuelta atrás. Entonces yo no podía entrar, pero si entraba Mariana, que era la verdadera expulsada, las chicas del otro equipo iban a saber y nos iban a sacar los puntos. Entonces no podíamos jugar ninguna. -Nos echaron a dos por una, resumió la mayor-.

Mientras pasa el mate de mano en mano, es fácil notar que las picantes no son tan picantes como dicen. Por si quedara alguna duda, ellas lo terminan de aclarar. «Por ahí se ve que somos terribles, pero no es así. Y no es porque lo digamos nosotras. Hay muchas personas que te pueden decir la clase de persona que somos«, dijo Eva.

Según Flavia, su entrenador ha sido muy importante a la hora de cambiarles la mentalidad. «Lucha permanentemente y hasta nos pone en penitencia por nuestras actitudes. Eso nos está llevando al cambio». Y los resultados quedan a la vista con el aporte de Mariana: «Una sola amarilla en este torneo. Fue por protestar, por un penal que ni fue falta. Cuando me dí vuelta el árbitro estaba contando los doce pasos. Me volví loca, se me hincha la vena y me prendo fuego».

A LA CANCHA, HERMANAS

La ventaja de conocerse mejor que nadie, también puede jugar en contra. Y es que ellas mismas reconocen que, adentro de la cancha, se dicen cosas que no le dirían a las otras.

«Ellas dos no sabés lo que son. A veces las veo y digo Fla, basta. Mari, basta. El lunes me gritaba cerrá, no te puede comer la espalda con la velocidad que tenés. Yo agarro y le digo ¿vos crees que me comió la espalda porque yo quise? Son distintos temperamentos. Yo por ahí soy más de callarme», explicó Eva. «Igual no somos de pelearnos mucho en los partidos. Más que nada nos alentamos. Sí en las prácticas. Por ahí si las reto, pero porque tengo razón«, dijo Mariana, provocando la risa de las otras dos.

El remate, cómo no, lo aportó la goleadora, Flavia: «Después de los partidos arranca el grupo de whatsapp. Perdoname lo que te dije. No perdoname vos. Te podés decir cualquier cosa adentro de la cancha, pero cuando termina el partido ya está. Entre nosotras y también con las rivales«.

NOS VEMOS PRONTO

Antes de despedirnos, Mariana hasta se animó a pedir un título para la nota. Como el deseo no fue cumplido, lo dejamos para el final: «Lo que más me importa recalcar es que a veces uno se deja llevar por el momento, por lo que pasa en el partido. Pero el fútbol te educa, te ayuda a cambiar como persona. Así como podemos ser bravas en la cancha, también te damos la mano, te levantamos del suelo, te preguntamos cómo estás«.

No tengan miedo, che. Vayan a ver jugar a las Aguad.

Por Juani Portiglia – @JIPortiglia

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