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Virginia Campano, superación personal para cumplir un sueño

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La pelota bajó del cielo, a la salida de un tiro de esquina. La miró, metió el desmarque y la conectó limpita de cabeza, para ponerla pegadita al palo de la arquera y salir a festejar su primer gol en la Liga Deportiva del Oeste.

No habíamos terminado de procesar el movimiento, que responde al manual de cualquier centrodelantera, cuando le cayó otra pelota en el área. Amagó a patear, pero la enganchó para burlar la marca de su defensora y sacó el remate que le tapó la arquera, pero que ya había sido prueba de un talento especial.

«A esta la traje yo, Darío», levantó la mano Marianela Costa. Sí, la mediocampista que hoy juega la Primera B de AFA pero que lleva a Rivadavia de Lincoln en el corazón ya estaba sacando pecho por un descubrimiento que sin dudas dará que hablar en el Torneo Nocturno.

Virginia Campano tiene 32 años y nunca había jugado fútbol once. Creenos que no se notó. «Gracias a Dios, alió todo bien. Hacía una semana que estaba entrenando con Rivadavia. Recién arranqué. Todavía no tengo idea de nada, de lo que me voy a encontrar en la Liga de Junín, porque es la primera vez que juego», le contó la delantera a Junín 24.

Y agregó: «De fútbol había hecho una sola práctica. Darío me había comentado, pero fue ya en el vestuario que me dijo que iba de titular. Creo que estuve bien. Era la primera vez que jugaba en cancha de once. Siempre jugué los torneos relámpago, que son de seis. Siempre delantera, nueve pura».

Detrás del talento que deslumbró a propios y extraños, ese que comentaban al pasar todos los que, una vez que la lluvia cortó el espectáculo, se amontonaban abajo del techo que ofrece la cancha de Ambos Mundos, hay también una historia de superación personal.

Virginia Campano empezó a jugar a la pelota de pibita. Con sus hermanos, con su papá, e incluso estuvo cerca de dejar Lincoln para probar suerte: «Me quisieron llevar a probar a Buenos Aires, pero por temas económicos no se pudo en su momento. Después abandoné por trabajo, porque tengo un salón de fiestas infantiles. Estuve como siete años sin jugar», recordó.

Siete años y no se olvidó de nada. Y si se olvidó de algo, imaginate cuando se acuerde. Pero el desafío ya era otro para ella. Pasaba por sentirse bien con sí misma. Lo hizo por ella. También por el fútbol.

«En esos años engordé como cincuenta kilos. Yo amo el fútbol, pero no me sentía cómoda. Me dije que me tenía que poner las pilas, porque no me sentía bien físicamente. La calidad no la había perdido, entonces me dije que tenía que hacerlo por mí. Ahora voy bajando como 44 kilos, en ocho meses, porque quise volver a jugar», remarcó.

Y si bien había tenido otras ofertas para incursionar en el fútbol once, esperó que llegara la indicada. Esa a la que no le podía decir que no: «Me habían invitado a jugar con Linqueño, también de Bayauca. Pero yo soy hincha de Rivadavia y era un sueño que tenía. No quería soltar mi trabajo, porque soy la dueña de un pelotero. Hasta que me animé a cumplir el sueño. Fui a probarme y se me dio. Estoy chocha».

Mari Costa había levantado la mano, sí. Ella, que adentro de la cancha entiende todo, entendió también que no podían privarse de semejante talento a la hora de volver a presentar equipo de Primera División.

Le creemos, claro, porque Virginia le dio la derecha: «Cuando armé un grupito para jugar, tiré la idea de que Mari Costa nos preparara. Íbamos todas las noches y ella nos enseñaba. Nos preparó mucho tiempo, hasta que por diferentes motivos el equipo se separó. Seguro que fue ella la que me recomendó».

Foto: Mabel Panero

Por Juani Portiglia

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