Como en un parque de diversiones, las emociones no paran. Ellas están como si acabaran de bajarse de la montaña rusa. La piel todavía erizada, la emoción en la voz, las palmas de las manos que, puestas boca abajo, todavía no pueden quedarse quietas del todo. Recorren en sus mentes, pero también en sus charlas, los pasajes del partido de la noche anterior. Y sonríen, casi incrédulas. Mientras almuerzan en Bogotá, desde donde saldrán a Madrid para jugar una serie de amistosos con vistas al Mundial de Tenerife, las chicas de la Selección femenina de básquetbol disfrutan de la histórica victoria del martes. El 65-64 a Brasil significó el segundo Sudamericano en la historia del equipo, y el primero en 70 años.
«Fue una alegría muy grande. Todavía estamos tomando dimensión de lo que conseguimos», reconoce Cristian Santander, el entrenador del seleccionado. «Todavía no lo creemos. Fueron 70 años que dejamos atrás. No lo podemos creer, no lo podemos creer», repite sin un ápice de exageración Débora González, la capitana. «Es algo tan lindo que seguimos todavía allá arriba, en una nube», agrega con una risa que se escucha y una sonrisa que casi hasta se ve del otro lado de la línea.
«Lo de los 70 años lo pensamos más que nada después, cuando nos enteramos. Nosotras íbamos a ganarle a Brasil, era lo único que pensábamos y ni siquiera cuando estuvimos abajo la cabeza se nos puso negativa. Siempre pensamos que lo podíamos sacar adelante», explica González. Es que la Selección llegó al entretiempo 12 puntos abajo (20-32), con una anemia ofensiva preocupante.
El plan en el descanso no incluyó ninguna arenga de película ni tampoco un reto que funcionara como despertador. Santander lo cuenta: «Hicimos hincapié en mejorar lo nuestro en cuanto a la toma de decisiones y la convicción para jugar; sin enfocarnos en el resultado ni en el rival. Sacarnos la responsabilidad de estar sufriendo una final fue clave; pasamos a disfrutarla, porque es algo que no se juega siempre y no podíamos permitirnos el sufrimiento del primer tiempo».
El plantel se funde en un abrazo. A la derecha, el entrenador Santander, quien permaneció en el cargo para trabajar a largo plazo pese a no clasificarse para Río 2016. (Foto: FIBA)
Débora, en ese sentido, amplía las sensaciones únicas que experimentaron ellas, las que salían al parquet a tirar y defender: «Fue todo muy raro. En otros torneos, ante situaciones similares era mirarnos y decirnos ‘dale’, ‘fuerza’, ‘cambiemos las caras’; en cambio cuando esta vez entramos al vestuario nos miramos y nos dijimos ‘tranquilas, sabemos que lo vamos a ganar’. Y nos entendimos mirándonos».
Así que la cuestión no estaba resuelta ni mucho menos. Brasil sabía que no podía relajarse ante un rival que ya no es ese al que históricamente superó sin mayores inconvenientes. «Desde que le ganamos en 2015, nos ganamos su respeto; pasaron a mirarnos de otra forma», asegura convencido el entrenador. Aquella victoria había sido la primera en 59 años. «Brasil casi siempre mantuvo el nivel y acá hasta trajeron a sus jugadoras WNBA (el torneo estadounidense femenino), pero nosotras le hicimos frente sin problema», saca pecho la capitana.
La capitana González llora al recibir el abrazo de Andrea Boquete. (Foto: FIBA)
Y así fue. El equipo se recuperó, metió un parcial de 12-2 que lo puso en carrera y llegó el final agónico, la defensa, la corrida de Melisa Gretter, los nervios ante el primer libre errado, el segundo convertido y la respiración contenida ante el último intento de triple brasileño, para explotar cuando ni siquiera tocó el aro. Campeonas del Sudamericano de Colombia.
El título en el Sudamericano, que Argentina sólo había conseguido en 1948 con el detalle de que fue una edición de la que Brasil no participó, no es un hecho aislado sino el resultado de casi una década de preparación. «Es un proceso que lleva tiempo. Muchas chicas estuvimos en la camada de Tailandia que fue bronce mundial en 2009 (N.deR.: un inédito tercer puesto en el Sub-19), muchas otras están demostrando que se puede seguir haciendo historia», recuerda y se esperanza a la vez la dueña de la camiseta número 13.
El tiempo dedicado al crecimiento también tiene un contexto de sacrificio que no se ve, pero que Santander elige destacar: «Es muy difícil seguir pidiéndoles cosas a estas chicas, porque son un ejemplo constante de superación. Mejoraron mucho su preparación física, su nutrición, todo mientras muchas estudian o trabajan. Ver todo ese esfuerzo hace que se bajen los pies a la tierra y se disfrute de lo que logran sin pensar en los resultados y en el exitismo que tiene nuestro país, donde pareciera que ganar es la solución a todo y perder, el fin del mundo. Soy un agradecido de contar con este grupo de jugadoras».
Ahora, las chicas se dirigen a España, donde desde el 22 de septiembre jugarán el Grupo B del Mundial con Australia, Turquía y Nigeria. Pero ya habrá tiempo para ello. «El deseo está intacto y lo tenemos más a flor de piel que nunca, así que le vamos a meter con todo. Pero cuando lleguemos a España, pensaremos en el Mundial; ahora estamos festejando», cierra González. Y bien merecido está.