Zvonimir Boban corría, jugaba y pensaba. No se quedaba quieto al ver la vida pasar: era un combatiente ideológico, una suerte de colérico patriota. El 13 de mayo de 1990, un frustrado partido de fútbol lo graficó de cuerpo entero: envuelto en rabia, lanzó una patada sobre un policía que castigaba a un fanático croata. Dinamo Zagreb y Estrella Roja de Belgrado no sólo no pudieron jugar: fue el principio del fin -futbolero, en este caso-, de Yugoslavia, un país tapizado por el crisol de maquetas, ya dispuesto a desangrarse y dividirse. Lo había atado, con ingeniería comunista, el Mariscal Tito; pero desde su muerte, el 4 de mayo de 1980, la nación se fue desplomando con el odio en la repisa principal. Yugoslavia era -según profetas- un estado de siete fronteras, seis repúblicas, cinco nacionalidades, cuatro idiomas, tres religiones y dos vocabularios. Ni el fútbol -que todo lo puede- supo unirlo.
Es un país apasionado, Croacia. Lleva grandes estrellas en sus entrañas. Davor Suker, Goran Ivanisevic, Drazen Petrovic, Toni Kukoc. Ivan Ljubicic, Marin Cilic, Robert Prosinecki. Emblemas de variados deportes, entre los que se destacan el básquetbol y el tenis. También handball, waterpolo y esquí. Y, sobre todo, el fútbol, hoy con figuras de excelencia, como Luka Modric, Ivan Rakitic e Ivan Perisic, estrellas de Real Madrid, Barcelona e Inter, instrumentos que suelen brillar en Europa.
La goleada de Croacia a Grecia en el repechaje
En su debut, venció a Ucrania por 2 a 0, en Kiev, en la última jornada del Grupo 1; llegó con el sudor sobre su frente al repechaje. Contra Grecia, fue un festival -un colosal 4 a 1- en Zagreb y un trámite -0 a 0- en El Pireo. «Me habría gustado evitar a las mejores selecciones. La Argentina es favorita y no tenemos nada que perder contra ellos. Pienso que mostraremos nuestro potencial», anticipó el entrenador, ratificado por Davor Suker, hoy presidente de la Federación. «A Zlatko y a la selección le vamos a asegurar las mejores condiciones en Rusia para que podamos lograr el mejor resultado posible». El conductor devolvió la gentileza: «No debemos andar con cálculos. La clasificación está a nuestro alcance, pero será difícil. A todos puedo prometer que seguiré dando lo mejor de mí para que la selección juegue al más alto nivel, conforme a la calidad de jugadores que tenemos».
El mejor puesto histórico es el tercer puesto en Francia 1998. Tal vez no aspire ahora a tanto, pero guarda en su interior una pequeña dosis de soberbia: tiene una zona media de salón, imprescindible motor en el fútbol de hoy, una locomotora a velocidad crucero. Bajo el dibujo -tan elástico como engañador- de 4-2-3-1, Croacia se nutre de la jerarquía de los volantes. Modric (32 años), el mejor de la final en el Mundial de Clubes, que otra vez logró Real Madrid, es el artista principal. Lleva la 10, el mismo número mágico que en la Casa Blanca. Lleva, también, la cinta: fino estratega, cerebral conductor, con una pequeña gran dosis de marca.
Lo siguen Rakitic (29), rueda de auxilio de Barcelona; Perisic (28), con creación y gol en Inter, Mario Mandzukic (31), un polifuncional de Juventus, suerte de motor de la formación; es el cuadrado de la experiencia. En las zonas bajas, Dejan Lovren (28), el caudillo de Liverpool, demuestra que la sangre croata se nutre de zagueros tan rústicos como temerarios.
Viejo conocido de la Argentina, Croacia es una invitación al respeto. Es un adversario peligroso. Inspirado, no suele fallar.