A 50 años de la llegada del hombre a la Luna, el viaje que lo cambió todo

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«Estamos bien». Así de breve fue Neil Armstrong a 25 segundos del despegue de la misión Apolo 11, que cuatro días después llegaría a la Luna. Era el 16 de julio de 1969, y en la Tierra un millón de personas, entre los que había 2.700 periodistas y personalidades, contenían el aliento y hacían fuerza para que el cohete Saturno V, el Saturno V, con sus 111 metros de altura, siga su camino tras el lanzamiento 39 del Centro Espacial Kennedy.

Doce minutos después del despegue y luego que el cohete consumiera sus 2.008.994 kg de combustible, la misión Apolo 11 estaba en órbita. Además de comando de Armstrong, que finalmente pasó a la historia por ser el primer hombre en pisar la Luna, estaban el piloto del módulo lunar Buzz Aldrin, y el  piloto del módulo de mando Michael Collins. La historia cuenta que no eran amigos, que su relación era más bien fría, pero de lo que nadie duda es que hicieron un equipo brillante.

Junto a ellos y a una maraña de 24 kilómetros de cables, había un ordenador de a bordo de nombre Apollo Guidance Computer (AGC), cuyas funciones eran cruciales para el éxito de la misión, aunque no era del agrado de los tripulantes, acostumbrados a manejar ellos muchas cuestiones. Para tomar dimensión, su potencia era una dos mil veces más lento que cualquier Smartphone actual, y su memoria era mínima: tenía 72 kilobytes para almacenar programas y otros cuatro para almacenar datos.

El domingo 20 de julio, momentos antes de que el módulo lunar se posase en el satélite, las pulsaciones de Armstrong se dispararon y alteraron el clima de la nave. «Alarma de programa», gritó el comandante, aunque decidieron seguir con las maniobras para posar el módulo Águila en el satélite. Sin embargo, tras recorrer 380.000 kilómetros de distancia, el combustible pasó a jugar un rol clave. En el momento de alunizar, el módulo disponía de combustible para menos de un minuto de maniobras. Si descender les hubiera llevado tan solo unos segundos más, tendrían que haber abortado la misión.

Antes de que cundiera el pánico y mientras que Collins permanecía pilotando la unidad de control Columbia a unos 111 kilómetros, esperando la separación de la cápsula y apoyando las maniobras del módulo lunar, Aldrin gritó: «Luz de contacto». Eso significaba que el módulo se había posado en la superficie. Armstrong paró el motor y la nave se detuvo.

A las 10:56 P.M. del 20 de julio (hora atlántica de Estados Unidos), Armstrong descendió por una escalerilla con su traje espacial y puso el pie izquierdo sobre la Luna. Sus primeras palabras fueron «Estoy al pie de la escalerilla. Las patas del Águila sólo han deprimido la superficie unos cuantos centímetros. La superficie parece ser de grano muy fino, cuando se la ve de cerca. Es casi un polvo fino, muy fino. Ahora salgo de la plataforma». Luego diría la frase histórica, esa que había pensado durante tanto tiempo: «Este es un pequeño paso para el hombre; un salto gigantesco para la Humanidad».

Aldrin le siguió 19 minutos más tarde y tras reunirse con Armstrong, exclamó «¡Qué magnífica desolación!». La nave había alunizado en el área denominada «El Mar de la Tranquilidad», una vasta extensión de fina arena y roca. Poco después, los dos astronautas clavaron en el suelo una bandera de Estados Unidos y hablaron por radio con el presidente Richard M. Nixon en la Casa Blanca. La nación del norte se quedaba así con una gran batalla en medio de la Guerra Fría con la Unión Soviética.

Armstrong y Aldrin permanecieron 22 horas en la Luna, de las cuales pasaron, exactamente 2 horas y 36 minutos en la superficie recorriéndola con sus propios pies. Recogieron más de 20 kilos de muestras del suelo, tomaron fotografías y colocaron un artefacto para detectar y medir el viento solar, un reflector de rayos láser y un sismógrafo.

El regreso del Apolo 11 se realizó sin contratiempos y el 24 de julio de 1969, 8 días después de iniciada la misión, la nave cayó sobre las aguas del Océano Pacífico, cerca de Hawái, donde lo esperaba el portaaviones Hornet para recogerlos.

(por Fernando Delaiti, de la agencia DIB)

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