Irán, a través de sus proxies como Hamás, Hezbollah y los rebeldes Hutíes, ha promovido históricamente su intención de borrar a Israel del mapa mediante actos de terrorismo. Sin embargo, este ataque cruzó una línea roja al ser directamente perpetrado por el ejército iraní.
El ataque fue precedido por una escalada de tensión durante más de 10 días, con informes de la CIA advirtiendo a Israel sobre la inminencia de una ofensiva iraní en Oriente Medio. Esta situación generó ansiedad y paranoia en la población, que se preparó para posibles ataques comprando provisiones y refugiándose en sus hogares.
El día del ataque, las sirenas comenzaron a sonar en diversas regiones de Israel, incluyendo Jerusalén y el Mar Muerto. Se reportaron intercepciones de misiles tanto desde el norte como desde el sur del país, incluyendo lanzamientos desde el Líbano por parte de Hezbollah.
Israel declaró haber interceptado el 99% de los drones y misiles, en una operación conjunta con Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. A pesar de esto, la incertidumbre persiste, ya que Irán ha declarado que aguardará la reacción de Israel antes de determinar sus próximos pasos.
La población israelí permanece alerta ante la posibilidad de nuevos ataques, mientras que el conflicto en la región sigue siendo incierto. Además, se destaca la preocupación por los 133 secuestrados por Hamás en la Franja de Gaza, cuya liberación es fundamental para cualquier alto el fuego en la región.