Lenta pero sostenidamente, el pequeño Uruguay se convierte en un gigante de la industria mundial del cannabis. La República Oriental no sólo es un Estado pionero por el carácter paradigmático de su ley regulatoria, sancionada en diciembre de 2013, que lo convirtió en el primer país en el mundo en dar el paso hacia el fin del prohicionismo, sino por el desarrollo e interés que genera en el resto del mundo, con empresas que apuestan a generar allí productos para todos los usos que ofrece la planta milenaria: medicinal, industrial, «recreativo» o adulto y alimenticio.
Si bien el primer impacto, hace media década, Uruguay lo generó como consecuencia de la decisión del ex presidente José Mujica de regular el cannabis para combatir el narcotráfico, mejorar la seguridad y la salud públicas, con el permiso a los uruguayos para cultivar la planta en sus casas, en clubes de membresía o comprar la marihuana empaquetada en las farmacias, con el paso de los años el Estado amplió el sentido hacia el negocio, atento a su potencial descomunal en términos económicos: todas las consultoras interesadas en el tema calculan que en pocos años la ola verde moverá decenas de miles de millones de dólares.
En ese sentido, fuentes oficiales del Gobierno confirmaron a Infobae que ya se otorgaron 19 licencias para empresas o entidades públicas -como universidades- autorizadas a investigar o desarrollar todos los aspectos del cannabis y otras ocho en evaluación. Las proyecciones de estas compañías indican que el espacio autorizado para cultivar plantas a cielo abierto ya se extiende a las 1.000 hectáreas y de 22 mil metros cuadrados dentro de invernáculos.
«Las últimas estimaciones que tenemos indican que esto generaría en los próximos cuatro años entre 3.000 y 4.000 nuevos puestos de trabajo directos», remarcó a este medio Martín Rodríguez, director ejecutivo del Instituto de Regulación y Control del Cannabis (IRCCA), entidad creada también por la ley de 2013, con la finalidad de regular la plantación, cultivo, cosecha, producción, elaboración, acopio, distribución y dispensación del cannabis. El control del cannabis legal por parte del Estado se reparte entre este organismo y el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.
Al IRCCA le corresponde la aprobación de licencias destinadas al cultivo y producción de marihuana psicoactiva (es decir, con contenido de THC, la molécula que «embriaga»), tanto para uso recreativo como medicinal, para industrialización e investigación de la planta sobre sus efectos y sus componentes.
El Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) se encarga de los cultivos no psicoactivos: a cielo abierto se produce, por ejemplo, la biomasa para extracción de cannabinoides, la flor con planta entera picada para exportacióny desarrollo de la industria extractora de sus componentes químicos (conocidos como cannabinoides), es decir, como materia prima -por ahora de calidad media- cuyo producto final es el aceite o resina de CBD (un componente esencial para el uso médico no psicoactivo) o cremas terapéuticas y estéticas.
De momento, estos productos no se comercializan en el mercado interno porque sólo existen dos empresas autorizadas para tener laboratorios de extracción, que están en pleno desarrollo. Pero sí ya se tendieron las redes de la exportación hacia países donde el uso médico o recreativo es legal: desde Estados Unidos a Canadá, desde Israel hasta Australia incluidos Brasil, Perú, Chile y Colombiaen la región.
«Las empresas que producen están stockeando para obtener mejor poder de negociación. Hay compradores en el exterior pero solicitaron una biomasa de altísima calidad que hoy en Uruguay casi que no se produce en cantidades suficientes para comercializar. Se hacen cremas humectantes, antioxidantes en países donde no es considerada medicinal la tintura de CBD», detalló Sergio Vázquez, ingeniero agrónomo y jefe del departamento de Asesoría Técnica de la dirección general de Servicios Agrícolas del MGAP.
Este tipo de cultivos representa del total de licencias otorgadas el 25%. Otro cuarto del total se desarrolla dentro de invernáculos. Y otra porción similar ya produce a cielo abierto para grano alimentario.
El cannabis, que el ser humano usa desde hace al menos 10 mil años, está considerado uno de los superalimentos del futuro. Según se consigna en el libro «Marihuana, la historia; de Manuel Belgrano a las copas cannábicas» uno de los mitos milenarios del príncipe Siddartha cuenta que, antes de convertirse en Buda, se alimentó exclusivamente de semillas de cannabis durante seis años. En la religión india ayurveda, el cannabis es una de las plantas sagradas.
«Al grano, tanto para material de propagación o grano para consumo de alimento, ya sea entero o partido o picado, se le extrae aceite comestible y su subproducto es la torta proteica para elaborar alimentos», comentó Vázquez.
En muchos países, como México, Estados Unidos, Portugal o España, entre otros, los supermercados ofrecen en sus góndolas desde aceites comestibles hasta semillas secas para comer como snacks o en ensaladas. Esos mercados son el destino de estas producciones uruguayas.
Y a eso apunta la empresa Innovaterra, dirigida por el argentino Martín Santurtún, cuyos cultivos están ubicados en el departamento de Salto. «Tenemos licencia para producción, extracción e investigación y pensamos producir alimento en el futuro, porque la proyección es extraordinaria. La semilla tiene excelentes aminoácidos y aceite», comentó el empresario, economista formado en Estados Unidos y radicado en Uruguay. Su empresa, por ahora, produce el extracto y lo vende a mercados extranjeros.
Se espera que antes de fin de año el Ministerio de Salud Pública uruguayo termine de elaborar el reglamento bromatológico y los decretos para autorizar el uso en Uruguay de estas materias primas que ya se exportan. Los cálculos para la industria del cáñamo como alimento y derivados de cannabinoides impresionan: se calcula que para 2028 moverá 100 mil millones de dólares.
La mayoría de las empresas instaladas en Uruguay son de capitales extranjeros y apuntan, sobre todo, al mercado internacional. Aurora, una de las grandes compañías cannábicas del mundo, compró la empresa local ICC. Llegó desde Canadá para producir flores psicoactivas y aceites medicinales con el fin de abastecer a los mercados de todo el mundo.
En noviembre pasado el propio presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, inauguró su laboratorio, construido gracias a una inversión de USD 8 millones.
Uruguay se posiciona así como un núcleo fundamental de la industria cannábica del mundo. «El país tiene una regulación nacional e integral que cubre todas las dimensiones posibles para manipulación y producción: desde el uso industrial al recreativo, medicinal, industrialización de plantas. Todo el rango de opciones cubierto.
Y a eso se le podría anexar lo que los inversores destacan la estabilidad política, económica, recursos calificados. Y opciones complementarias: respaldo de inversiones, zona franca. El clima de negocios es positivo», consideró Rodríguez.
Santurtún asegura que nunca tuvo el prejuicio respecto de la planta de marihuana: «Es una planta malentendida desde siempre. Antes de la prohibición de 1937 en Estados Unidos, era fundamental para la economía mundial».
El empresario ve en Uruguay un espacio para potenciar un negocio cuyos horizontes de tan prometedores aún no se pueden ver. «Uruguay tiene la condición fundamental, es un país muy claro, muy constante en aspectos legales y de una seriedad terrible. Hacen bienvenidas las inversiones. Y con el mundo del cannabis estamos en pañales, pero sabemos que el futuro es extraordinario«, se ilusionó Santurtún.
El Estado uruguayo, fiel al estilo que identifica al país rioplatense, es cauteloso en cuanto a las potencialidades hacia el futuro. Pero saben que son pioneros de un negocio que cambiará muchos paradigmas. «Desde IRCCA no tenemos proyecciones de movimientos, pero se está empezando a trabajar en la estimación del impacto económico en Uruguay», adelantó Martín Rodríguez. Sin dar detalles, deja en claro la potencia de este pequeño país gigante: «Son cifras astronómicas».