Escribe Patricio Fay
El último informe del Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), elaborado con datos del tercer trimestre de 2018, muestra que la pobreza urbana llega al 33,6% de los argentinos, que representan a 13.600.000 personas. La cifra supera en más de cinco puntos la medición anterior y no contabiliza la pobreza rural.
Los nuevos pobres pertenecen preferentemente a la clase media no profesional y a la clase obrera integrada.
Del total de argentinos viviendo bajo la línea de pobreza, el 51,7% son niños y jóvenes de hasta 17 años en una tendencia que no para de crecer.
La baja calidad educativa, la nula generación de empleo del sector privado y el trabajo informal y mal remunerado provocan que haya cada vez más jóvenes excluidos.
Esta realidad pone en riesgo el futuro del país.
La desigual distribución del conocimiento, que afecta sobre todo a los jóvenes de escasos recursos económicos, les impide desarrollarse en el mercado laboral.
En el otro extremo etario, los jubilados y pensionados, en su mayoría, están viviendo bajo la línea de pobreza.
Esta realidad objetiva genera exclusión y Argentina es hoy una fábrica de excluidos sociales.
Es notorio que las políticas populistas vigentes tienden a agravar el problema y a profundizar el drama social.
La solución no está en la dádiva sino en la generación de oportunidades para que cada persona pueda superar con sus propios medios los desafíos que se le vayan presentando.
Ello exige un esfuerzo educativo poderoso que revierta está tendencia de exclusión.
La degradación social que vive Argentina pega también con fuerza en Junín, en donde el estado se encuentra ausente evitando desarrollar políticas activas que atenúen el impacto de la crisis.
La esperanza con la que los argentinos madrugamos cada día debería estar acompañada por políticas de empleo, de protección del salario, de fortalecimiento del comercio, de la industria y la producción, de combate a la inflación, de lucha frontal y real contra el narcotráfico.
La escuela debe además recuperar su condición natural de centro educativo y de formación. Mientras continúen convertidas en centros de alimentación de niños y jóvenes, descuidando su objetivo central, y que la pobreza siga consumiendo a decenas de millones de argentinos, resulta lamentable que quienes gobiernan sigan pidiendo más y más esfuerzo a quienes ya no dan más. Mientras tanto ellos continúan con sus privilegios, beneficiando descaradamente a los que lucran con la especulación financiera y, claro, a sus amigos de las empresas energéticas.
A 35 años de la recuperación de la democracia las deudas internas son cada vez más grandes. Los ciudadanos parecen estar por sobre la capacidad de los gobernantes.
En esta hora de profunda crisis los responsables deben dejar de lado sus egoísmos políticos, e, imperativamente, ponerse a trabajar en forma mancomunada.
Está claro que el gobierno solo no puede. Sin demora debe convocar a las distintas fuerzas políticas, sociales, económicas, religiosas, para avanzar en un gran acuerdo nacional que nos permita superar esta crisis terminal.
Hay otros caminos, el que eligió el gobierno nos está destruyendo.