El encierro obligatorio se ha instituido como uno de los conceptos más convocado literalmente hablando, y uno de los fenómenos imaginativos más intenso de las últimas décadas.
El hashtag “Quédate en casa” pasará a formar parte del tesoro de la lengua y de la historia. Lo mismo cabe decir de palabras como “cuarentena” y “confinamiento”, símbolo de un cambio radical.
La interrupción de la vida pública y social ha transformado a los balcones en una especie de teatro independiente de aficionados, donde cada ser expresa su ingenio, sus pasiones, sus emociones, su humanidad; que va desde aplaudir a los empleados de sanidad, protestar contra los políticos, o censurar con abucheos a los que irrespetuosamente rompen la cuarentena.
También en este periodo de reclusión ventanas y balcones, pasaron a ser una especie de ágora de los ciudadanos confinados, la gente canta, baila, filma vídeos caseros con trucos de aplicaciones, plasma sus emociones en poemas, tocan el violín para todos y todas los vecinos como ofrenda personal hacia el otro, hay un reconocimiento del otro, cercano y lejano a la vez, iguales en algo: estar en casa
Con todo esto, el talento se intensifica y un ímpetu laborioso pone en marcha toda clase de emprendimientos, como la fabricación casera de tapabocas con materiales insólitos, recetas extraídas del recuerdo de la cocina de la abuela, gimnasia familiar con coreos divertidos y sorprendentes, y, hasta origamis extraordinarios. Es todo un espectáculo existencial, la humanidad resurge de entre las cenizas de la cotidianeidad avasallante y se expresa en su mejor versión.
La pandemia nos llevó a la nostalgia universal, nos recuerda constantemente que somos seres inevitablemente sociales, y padecemos el hecho de no poder abrazarnos, besarnos o simplemente arrojarnos una piedra.
Una charla entre amigos, el mate, la cerveza al atardecer, navegan sobre la esperanza de un futuro no muy lejano, sentimos deseo de compartir algo de eso con un compañero de trabajo, que ni siquiera nos cae demasiado simpático, o un vecino de años que jamás visitamos, o ese compañero de colegio que detestábamos por “nerds” y que jamás volvimos ver…hoy, confinados, todo da vueltas en nuestra memoria , y un deseo irresistible de abrazar, compartir, nos torna melancólicos pero nos enaltece, porque reconocemos algunas diferencias en el Otro, que pueden ser tolerables.
También existen esas personas en que la carencia de libre andar por la vida, los ha instalado en la primera fila de un espectáculo nefasto, una película del género enfado profundo y persistente; acompañado de resentimiento alimentado por el encierro que se va formando, poco a poco, en rencor, y de ahí al deseo de venganza es solo cruzar la línea. Un clásico de la fantasía humana.
Otros se vuelcan frenéticamente en las compras on-line, el cuerpo del consumo, encerrado y despojado de su rutina: _“voy al gimnasio 250 veces por semana casi en forma religiosa “ o “ corro 15 hs para tener una mejor salud “_alejados forzosamente de la cultura de lo corporal, entonces el deseo es canalizado por compras online, una manera de satisfacer las infinitas necesidades del neohumanismo, al fin es un tiempo libre al que hay que otorgarle significación.
Pero he aquí que se dio algo sorprendente también, es el caso del descubrimiento de la prescindibilidad de los objetos; es el hallazgo de un goce inédito: el goce de no consumir, el goce de comprender que hay necesidades existen solo porque el sistema las necesita.
Esta clausura puede sacar a flote, lo mejor o lo peor de cada uno, algunas personas ni siquiera se habían planteado un viaje hacia su interior, pero, obligados a salir del ritmo frenético y a la multiplicidad de tareas y obligaciones que exigían enfocar toda la atención hacia el exterior, se vieron obligados a tomarse a sí mismos como sujetos de análisis. Tarea difícil para los extrovertidos, no imposible
En conclusión no muchos saldrán del confinamiento convencidos de “QUE” es lo mejor para sus vidas, y que es lo que sobra y solo se obtuvo para tapar un agujero, que cosas triviales y secas solo sirvieron de distracción para un momento, y luego volvieron a su condición de inútil.
Yo solo espero que cuando volvamos a ser libres, sigamos engalanando los balcones y las ventanas de “humanidad” y sigamos pensando en el Otro como un igual distinto.
Isabel Muñoz Marcos