La tarde que entendimos que a Claudia Altamirano el fútbol le corre por las venas se jugaba un Relámpago en el Complejo San Martín, al rayo del sol. «Ni aunque me quede sin trabajo me lo pierdo», se había dicho a ella misma y nos repitió a nosotros. Mujer de acción, como no le habían querido dar el día, tomó su propia decisión. Se puso los cortos, se ajustó los cordones y manoteó la camiseta de Defensa.
La personalidad no se hereda. Se construye. A los 11 años ya había tomado la decisión de jugar a la pelota. Fue en Rivadavia, con el escudo que hoy lleva tatuado, donde sus compañeras le llevaban entre cuatro y ocho años. Lo reafirmó cuando armó el bolsito y salió a probarse a Buenos Aires. Entre colectivo y colectivo descubrió una ciudad inmensa, que fue menos desconocida con la pelota como brújula. También cuando consideró que ese había sido su techo y se alejó de la cancha para abocarse a su trabajo. Y una vez más cuando decidió volver, a la edad en que la amplia mayoría se despide.
-¿Te acordás de tu primer contacto con el fútbol?
-Fue en el barrio. Tendría nueve años. Jugaba con los chicos. Ni una chica había. Yo era la marimacho, porque así me llamaban. Nunca me importó. Ya a los 11 me fui a Rivadavia y empecé a conocer a muchas de las chicas como La Flaca Biz, La Turca (Bellome), Poli (Reichenshammer), Nina del Negro.
-El equipazo de todas las pioneras…
-Sí, unas grandes bárbaras. Yo era la más chica, porque tenía 11 años cuando las otras tenían 16 ponele. Ya cuando yo tuve 16 o 17 se armó el equipo de fútbol 11 en Sarmiento y empezamos a jugar con otras grandes como Marisa Di B astiani, Mónica Ortíz, Lorena Salas, Y Valeria Ghione, una tres impresionante.
-¿En ese entonces dónde competían?
-Salíamos a jugar afuera. Pinto, Teodelina, Lincoln, Chacabuco, Rojas, Salto. Toda la zona. Y éramos ganadoras. Teníamos a Salas de DT y de preparador físico a Carlos Urquiza. Viajábamos para todos lados y nos volvíamos siempre con los trofeos. Cantando, contentas, festejando arriba del colectivo. Una vez en Teodelina se armó un despiole bárbaro porque habíamos ganado y las locales eran favoritas. Nos mataron a piedrazos el colectivo. En cuatro patas subíamos, me acuerdo. Pero nos trajimos el trofeo.
-Eran picantes esas salidas, ¿no?
-Eran bravísimas. No había nada de seguridad. Ni el árbitro tenía alguna seguridad. Y los gringos no te permitían nunca que el árbitro no fuera localista. Menos que un equipo de afuera se llevara el trofeo.
-Y a la vez se generaron vínculos muy fuertes…
-Interminables. En todos lados tenés una amistad. Capaz que con muchas no nos frecuentamos, que no tenemos los teléfonos ni nada. Pero cuando nos encontramos en una cancha son esos abrazos fraternos. Nos encontramos distintas. Por ahí una dice mirá qué arrugada estás, hija de mil… Son amistades que quedan por años.
«Si los hombres jugaban a las 3 de la tarde, nos mandaban a las 11 de la mañana. Ni el perro estaba. Pero éramos felices»
-¿Tendrá que ver con que eran pocas? ¿Con el esfuerzo que hacían para jugar?
-Con todo. Sacando Sarmiento, que nos ponía un colectivo, con los otros equipos en los que hemos estado era ir a dedo, en camioneta, camión. Como sea había que llegar, hasta en moto. Era tremendo. Para el fútbol femenino siempre costó mucho más. Todavía hoy, aunque esté un poquito más profesionalizado, cuesta mucho. Me parece bárbaro lo que está empezando a pasar, porque las jugadoras tienen oportunidades que nosotras no tuvimos. Me encanta que pase lo que está pasando. Toda la vida fuimos de preliminares. Si los hombres jugaban a las tres de la tarde, nosotras jugábamos a las 11 de la mañana. Ni el perro estaba en la cancha. O no podíamos jugar en la cancha donde jugaban los hombres. Capaz teníamos que ir al campito de enfrente. Pero éramos felices. Lo disfrutábamos igual y era lo que teníamos.
-¿La familia te bancó?
-Yo me crié sin papá. Mi mamá nunca me dijo que no juegue al fútbol. Pero sí era de esas mujeres antiguas a las que muchas cosas no le gustaban, por ejemplo que fuera a las prácticas que eran de noche. Yo cuando no me dejaba me moría de tristeza, porque iban todas menos yo. En ese sentido me faltó el apoyo.
-¿Cómo se da tu llegada a Buenos Aires?
-Fui a probarme a River, porque soy hincha. Me hicieron subir a una oficina, cuando entré era hermoso todo. Desde el ventanal se veía todo el predio. Casualmente había una chica, Adela Rada. Nunca me voy a olvidar el nombre. Después de hablar con el hombre que estaba en la oficina, bajo y ella estaba esperándome. Me dice qué pasó, no te dejaron. Yo me sorprendí, porque no me conocía. Le digo, me anotaron, pero tienen 200 chicas adelante mío para probar. Tenés pinta de que jugás bien, me dice. Decime la verdad, vos jugás bien. Yo que sé, le digo. Porque en esas cosas soy muy humilde. No sé si jugaba bien o mal. A mí me gustaba. Y ella me dice yo estoy acá a 15 cuadras, en Defensores de Belgrano. Soy de River pero estoy a préstamo. Si vos querés, vamos y hablás con el DT porque a nosotras nos hacen falta chicas.
«No conocía Capital. me acuerdo de ir caminando por Libertador hasta llegar a la cancha de Defensores de Belgrano»
-¿Fuiste?
Más vale. Unas ganas de jugar. Fuimos caminando, unas cuadras larguísimas. Yo no conocía Capital. Me acuerdo que íbamos caminando por Avenida Libertador hasta llegar a la cancha de Defensores. Llegamos. El técnico era Daniel Cherutti, hermano del humorista. Quedé. Se practicaba dos veces a la semana. Martes físico y jueves fútbol. Jugábamos sábado o domingo, intercalado. Jugábamos en cancha de Defensores, de Cambaceres, San Lorenzo, JJ Urquiza, Sacachispas, Atlas. Muchos equipos tenían fútbol femenino. Anduve por todas esas canchas. Y las hinchadas que había en el femenino, ¡eran bravas! Te tiraban hasta con las cajas de vino.
-Si no te hubieras encontrado a esa mujer, capaz pegabas la vuelta
-Yo ni sabía que existía Defensores de Belgrano. Con el tiempo, cuando empiezo a ir a la cancha de Sarmiento a alentar al Verde, y he viajado, me entero que las hinchadas eran amigas. Pensaba mirá qué loco, si habré ido a esa cancha.
«Las prácticas eran matadoras. Cuando llegué a la primera me daba vergüenza porque las chicas me dejaban atrás»
-¿Vivías cerca o tenías mucho viaje?
-Tenía que tomar dos bondis. Vivía en una pensión en calle Corrientes, a unas cuatro cuadras de la 9 de Julio. Tomaba uno hasta Scalabrini Ortiz y después otro por Libertador hasta cancha de Defensores. Después, las prácticas eran matadoras. Cuando llegué a la primera me daba vergüenza porque las chicas me dejaban atrás. Corríamos desde el predio hasta los Bosques de Palermo. Estirábamos, dábamos cuatro o cinco vueltas alrededor de los lagos. Volvíamos a estirar para salir corriendo de vuelta hasta la cancha de Defensores. Yo no llegaba ni de casualidad. Después me puse en estado y terminaba en el primer pelotón. Cuando llegué fumaba. Me acuerdo que me lo prohibieron. Acá no se ve ese tipo de práctica. Hay chicas que las mandás a correr dos vueltas al Parque y se quejan.
-¿Hubo alguna jugadora que te impresionó?
–Karina Morales, de River. ¡Qué jugadora! Después, no me acuerdo los nombres, pero había una chica de Sacachispas que se tendría que haber ido a Europa. La rompía, jugaba sola. Muy inteligente. Daba el pase y lo iba a buscar. Creo que tiraba el córner y lo iba a cabecear.
-¿Cuál fue la mejor cancha en la que jugaste?
-Llegué a jugar en la cancha de River, como partido preliminar a una final que jugaban River e Independiente. Antes que yo empezara en Defensores, River le ganaba como 15 a 0. Ese día perdimos 2-0 y para mí fue tremendo honor. Un logro muy grande porque además fui titular. Desde la segunda práctica que tuve ya había quedado como titular. La primera práctica entré en el segundo tiempo. La segunda ya como titular y ya me tocó jugar contra River. Después me tocó ver la final atrás de los carteles, a mí que soy de hincha… Imaginate la alegría. Fue muy emocionante, muy lindo. No me quería venir.
«Llegué a jugar en la cancha de River. Después me tocó ver la final contra Independiente atrás de los carteles, a mí que soy hincha… Imaginate la alegría»
-¿Y por qué te volviste?
A las chicas ahora les dan una pensión, les pagan, les brindan todo. Yo me tenía que costear los viajes, la pensión o el hotel. Muchas veces no me daba el bolsillo, porque yo vivía para jugar al fútbol. Lo único que me ofrecía el club era una planilla que certificaba que yo era jugadora para que me buscara acá en Junín un sponsor. En ese entonces estaba Distrigar, que tenía un montón de deportistas. Llegué y dije bueno, me voy a tirar el lance. Cuando fui, me dijeron que sí pero que tenía que esperar. En ese entonces estaba Gastón Gallardo, de Los Flamencos, que se iba a bajar del patrocinio y en ese caso me lo iban a dar a mí. Nunca llegó. Duré un año jugando allá. Al mes que dejo de ir me llamó el DT de la Selección Argentina, que era el mismo que el de River. El técnico de Defensores también me llamó para ver qué había pasado. Yo le dije que era por el tema económico y porque no había conseguido sponsor.
-¿Te quedó bronca o una espina?
-Hoy estoy grande y en vez de bronca pienso qué lindo haber tenido esa suerte de llegar hasta ahí, donde muchas otras no pudieron llegar. Disfrutaba lo poco que tenía. Me siento orgullosa de haber llegado hasta donde llegué. Obviamente me hubiera gustado seguir más. Pero no se pudo.
-¿Qué encontraste cuando volviste?
-Me fui a Newbery, que tenía su equipo de fútbol femenino. No me acuerdo quién estaba de DT pero sí que me dieron la posibilidad de entrenar a las arqueras. Después ya no jugué más, durante 12 años. Hasta que en la clínica de rehabilitación en la que trabajo desde hace 9 años me hice un equipo para jugar los torneos de ATSA acá en Junín. Yo era la DT de mi equipo, Las Colifatas. Jugamos tres campeonatos del Día de la Enfermera y los ganamos los tres consecutivos.
-¿Dejaste por algo en especial?
-Habiendo jugado en Buenos Aires sentí que había tocado lo máximo. Creí que ese era el límite, me preocupé por otras cosas y dejé un poco de lado el fútbol. Pero amo. Miro todo. Fútbol europeo, de acá. En mi casa siempre vas a ver ESPN, TyC Sports o Fox. Se respira fútbol.
-¿Cambió tu forma del ver el fútbol?
-En algunas cosas. Quizás antes iba fuerte a una pelota y hoy no quiero dañar a nadie. Antes de ir fuerte prefiero pegar el salto y no tocar a nadie, no ir al roce, no lastimar. En otro momento iba con alma y vida. Hoy aflojo, porque también corro riesgo de lastimarme yo y necesito trabajar.
-¿Y la posición?
-Lo que pasa es que he jugado en todos los puestos, menos de defensora. Muchos torneos jugué de arquera. Acá en Sarmiento jugué de cinco. Mucho pase filtrado. Esos pases milimétricos que llegan al pie o a la cabeza. Una de las que más me elogiaba en ese sentido era Vale Ghione.
-No es cualquier cosa que te elogie Valeria, porque entiende todo…
-Sí, es una genia. Muy inteligente. Audaz y en su tiempo muy atrevida. Ella te miraba la jugadora y salía para el otro lado. Te dejaba siempre pagando.
-Y este año por fin jugaste tu primer torneo organizado por la Liga Deportiva del Oeste. ¿Cómo te sentiste en el Nocturno?
-Me sentí rarísima, pero con muchas ganas. Sentí que todavía sirvo, que estoy en carrera y que puedo brindar un montón de cosas para el equipo, para mí. Y obviamente para la DT, que fue La Turca, a quien yo elegí. Fue con ella que hablé para decirle que quería jugar en su equipo, porque la conozco desde que tengo 11 años, cuando empecé en Rivadavia. Más allá que yo soy hincha de Rivadavia, ella está dirigiendo para Defensa y no me importó. Así que ahí estoy. Me sentí con mucha confianza. Como en los viejos tiempos. Con esas ganas de que me ponga, de entrar y jugar. También desde afuera trato de mirar lo que hacen las chicas, de darles indicaciones. Son cosas que salen del alma. Trato de brindar los conocimientos que he podido adquirir a las más jóvenes.
-¿Tiene que ver con que algunos hábitos deportivos acá cuestan más?
-Cuando yo jugaba, las chicas jugaban al fútbol y no trabajaban. El incentivo era jugar en Buenos Aires. Te exigías para poder hacerlo. Acá se junta que las chicas trabajan, tienen familia. Entonces cuando vos las exigís un poquito y la jugadora se cansa, no va más. Y si la que no va más es una buena jugadora, la estás perdiendo. Se trata de negociar. Hay muchas jugadoras que tienen que tomar conciencia de la importancia del entrenamiento. Pero a la vez las entendés, porque por ahí salieron de laburar y están cansadas. O se cuidan porque después de entrenar se tienen que ir a trabajar y no les queda resto. Hay que comprenderlas. El fútbol femenino es así. Siempre fue más sacrificado.
-Si de todo lo que has vivido, tuvieras que quedarte con una anécdota… ¿Podés?
-Me acuerdo un 25 de mayo en Agustina, cancha reducida, que me tocó hacer un gol de chilena con tanta mala leche que cuando me voy a levantar a festejarlo, porque no lo podía creer, no me pude levantar. Me había golpeado el coxis de tal manera que no pude. Hasta el día de hoy siento el dolor.
-¿Hubieras cambiado la historia por no tener ese dolor?
-¡Que quede el dolor para siempre! El golazo que hice de chilena no se lo olvida ni la arquera. Encima la clavé al ángulo.
Por Juani Portiglia
Las fotos de archivo fueron gentileza de Vivi Biz