Columna de Isabel Muñoz Marcos: “La violencia, sea cual sea la forma en que se manifieste, es un fracaso», Jean Paul Sartre
En épocas prehistóricas, la lucha o el modo de supervivencia de huida es lo que protegió a nuestros antepasados de los peligros que acechaban en la oscuridad de la selva y amenazaban su vida. La adaptación (o no) al estimulo externo percibido como amenazante es la respuesta a lo que llamamos estrés, una reacción fisiológica que se produce en presencia de ese “algo” que resulta “amenazante”, ya sea mental o físicamente.
Hoy, en el siglo XXI, nosotros no nos enfrentamos a depredadores peligrosos de la selva, más bien, el estrés que enfrentamos proviene de la cotidianeidad: como el tráfico de horas pico, relaciones conflictivas en el trabajo, con familiares o amigos. Paradójicamente controlar nuestras reacciones instintivas primarias, es responder “correctamente” en “un mundo civilizado”.
Sin embargo, este “mundo civilizado” en el que fuimos arrojados, se parece cada día mas a una jungla prehistórica, donde la lucha por la supervivencia, no es contra enormes carnívoros, sino, contra nuestra misma especie
La violencia instalada en la humanidad, semeja a un parásito anidando en el Ser del hombre, como un huésped emocionalmente voraz, insaciable, mutando sus formas, masticando la sensibilidad, lo que implica una actitud de indiferencia para con el Otro, eso también es violencia “…me preocupa el silencio de los buenos”, espectadores o protagonistas de actos donde la violencia, se ve relacionada directamente al acto mismo, del “hacer” y del “NO hacer”. Ese “NO hacer” es precisamente, lo que nos hace cómplices directos, nos entumece emociones positivas, “endureciendo” capacidades como por ejemplo: empatía, solidaridad, entre otras. Ese “NO hacer” sea por miedo, por el motivo que fuere, nos contamina con el virus nocivo que amedrenta la sociedad contemporánea: ceguera emocional
Una ceguera que nos convierte en apáticos o en violentos.
Agredimos verbalmente, actitudinalmente, gestualmente, velados nuestros ojos espirituales, vaciados por una cultura del temor, del desamor, de la improvisación de sensacionalismos mediáticos, reality shows televisivos con un alto nivel de ensañamientos de unos contra otros, estimulando al “huésped” que acecha encubando en el fondo más recóndito del Ser, apreciando el pánico moral y los escenarios apocalípticos, banalizando la maldad, o…adoptándola
Y el estrés aumenta… pensionista toxico, asociado a la violencia, deposita su ponzoña en nuestro cuerpo, silencioso, a veces, hasta letal.
MUÑOZ MARCOS ISABEL