Yo no sé qué les pasará a ustedes, pero ya cuando Fernando Chiófalo viene caminando a lo lejos impone respeto. Por eso las imágenes de este domingo a lo largo de toda la caravana, en la que se lo vio saltar y cantar como un chico al que por primera vez el papá lleva a una cancha es una de las tantas y tan maravillosas pruebas de que el fútbol no hace más que emparejarnos a todos en el mismo sentimiento. Ahí, en la felicidad indescriptible que recorre el cuerpo, somos todos iguales. Presidente sí, pero hincha.
«Vengo desde hace tiempo con muchos de ustedes peleándola, sufriendo, perdiendo finales. Pero esta es muy importante. A todos los que vienen desde tiempo y a todos los que se sumaron ahora, gracias por todo lo que nos dan. Es una alegría para nosotros como dirigentes poder vivir estos momentos. Muy pocas veces se da. Venimos jugando cuatro finales, entonces lo tienen más que merecido. A Mario que hace poco que vino y a los más grandes que hace mucho que la venimos peleando, se nos tenía que dar. Así que a festejar», había dicho al grupo de jugadores y cuerpo técnico el presidente la noche de sábado en Santa Fe, testimonio del que los hinchas Verdolagas pudieron ser testigos gracias al trabajo de Línea de Juego.
Y vaya si le hicieron caso este domingo, porque festejar se festejó de lo lindo. La caravana a la que empezaron a sumarse hinchas ya desde Rojas, que se ensanchó en Roca y que tuvo su explosión definitiva en la Plaza 25 de Mayo, frente a la Municipalidad, fue también desahogo después de tanto sufrimiento. El deportivo, por un lado, y el que desde marzo vino a instalar la maldita pandemia de coronavirus, que incluso dejó a Sarmiento con serias complicaciones para rearmar el plantel de cara a la definición del campeonato.
Ya adentro del Salón Rojo del Concejo Deliberante, donde recibió la felicitación del intendente Pablo Petrecca, Chiófalo tuvo una arenga más para los suyos: «Muchachos, ¡hay que seguir cantando! Vamos al balcón de a poco, respiren. Esto es para seguir festejando. ¡Gracias a todos!».
En ese balcón, entonces, se produjo la imagen que sin dudas el presidente va a atesorar para toda la vida. Otra vez niño y padre a la vez, abrazado a sus dos hijas Julieta y Josefina, cantó con todo lo que le quedaba de voz con una multitud loca de alegría en la calle. No es que le queramos perder el respeto, Fernando. Pero nos gusta mucho ese presidente.
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