En Junín, este lunes, lo que debía ser un acto de campaña presidencial se transformó en un termómetro de época. Distintos medios —C5N, Ámbito, Inforegión— contaron lo mismo con matices: el arribo de la comitiva libertaria no fue precisamente una postal de armonía.
De un lado, los militantes de Milei; del otro, organizaciones sociales, sindicales y políticas que se hicieron presentes para manifestar su rechazo. Una valla policial como línea de frontera. Y en el medio, la tensión que se podía cortar con cuchillo.
El momento más caliente se dio con la llegada de José Luis Espert. El diputado, lejos de buscar calma, agitó más la escena: levantó el puño, gritó “¡Viva la libertad!” y se fue de boca como quien le tira nafta a un incendio. La respuesta fue inmediata: insultos, cantos, y hasta una piedra que voló —sin dar en el blanco— como símbolo de un clima cada vez más enrarecido.
Claro, los titulares se multiplicaron: “Incidentes en Junín”, “Tensión antes del acto de Milei”, “Piedrazos a la comitiva presidencial”. Y uno podría quedarse ahí, en la crónica policial. Pero detrás de los insultos y las piedras hay otra historia: la de un pueblo que ya no traga entero.
Porque no se trató sólo de un enojo aislado. Hubo bronca contra la presencia presidencial, sí, pero también contra el modelo que encarna: ajuste brutal, recorte de derechos, y encima el escándalo de la Agencia Nacional de Discapacidad, donde se denuncian coimas y negociados con los más vulnerables. Eso estuvo ahí, en el aire de Junín, aunque ningún medio lo diga con todas las letras.
Y hay otro detalle que no es menor: el intendente Petrecca, del PRO, le dio la espalda al armado de Milei. En su propia ciudad, el Presidente no logró ordenar ni a sus supuestos aliados. Una foto que habla más que mil discursos.
Entonces, ¿qué nos deja esta postal?
Que la violencia nunca es el camino, claro está. Pero también que hay una violencia previa, más silenciosa y más cruel: la que se ejerce desde arriba, cuando el Estado abandona, cuando se ajusta a los de abajo y se protege a los de arriba. La piedra puede escandalizar, pero el verdadero escándalo son los pibes sin comida, los jubilados sin remedios, los trabajadores sin laburo.
En Junín no hubo sólo un incidente. Hubo un síntoma. Un aviso. Un pueblo que no está dispuesto a quedarse callado mientras se lo condena a la miseria en nombre de una “libertad” que sólo disfrutan unos pocos.