Cada vez con más frecuencia nos encontramos en la ciudad con personas que, víctimas de la sustracción de sus motos, salen por sus propios medios a rastrearlas, aún a riesgo de tener que hacerle frente a situaciones cuanto menos complejas. Lo que viene sucediendo con este tipo de ilícitos y la utilidad que los delincuentes les dan a los rodados es incierto.
Algunas son desarmadas con una velocidad inusitada y otras tratan de venderse porque lamentablemente siempre hay un comprador que como es sabido, en caso de ser detectado, debe hacerle frente a una causa penal por encubrimiento. En paralelo, la situación de las víctimas que como es lógico, no se resignan a perder un objeto cuyo valor es elevado, que por lo general se compra con mucho esfuerzo y termina siendo el único medio de movilidad. Si se toma como ejemplo lo sucedido en 24 horas con el robo o hurto de motos, nos vamos a encontrar con tres situaciones diferentes.
Una perteneciente presuntamente a un uniformado, recuperada por personal policial persecución mediante. En este caso, un menor de edad aprehendido y a disposición de la justicia.
Otra, también recuperada, por su dueño. Le habían sustraído una YBR de calle Soldado Jurio, el domingo a la tardecita. La denuncia fue radicada pero también salió a buscarla. Recorrió barrios… trató de conseguir información… y la terminó encontrando, abandonada, en un descampado. Pero quedan las otras, las que transcurren las horas y no aparecen, dejando una sensación mezcla de bronca e indignación. Como la Honda Wave robada en calle Lugones a metros de su intersección con calle Alberdi.