Una gran preocupación se generó entre las autoridades del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) por el estado de salud que atraviesan los ocho rugbiers condenados por el crimen de Fernando Báez Sosa, sobre todo aquellos que recibieron prisión perpetua, luego de que se conociera que padecen una depresión que podría llevarlos a tomar una drástica decisión.
Fuentes penitenciarias revelaron a NA que «los ocho están con una medida de resguardo de integridad física por miedo a que se lastimen ellos mismos por la depresión que padecen», al tiempo que indicaron que «hay temor de que alguno pueda suicidarse».
Desde que fueron detenidos por el asesinato de Báez Sosa hasta la actualidad «jamás se pelearon a golpes de puño», porque los guardias los tenían «bien custodiados».
«Si bien pudo haber ocurrido alguna discusión, no pasó de eso», precisaron las fuentes consultadas ante el hermetismo del SPB.
Los ocho rugbiers estuvieron todo este tiempo en la alcaidía de Melchor Romero, pero entre el 1 de enero y el 6 de febrero fueron alojados solos en un penal de Dolores por el juicio que se llevó a cabo y por el que le dieron una pena de prisión perpetua a Máximo Thomsen, Ciro y Luciano Pertossi, Enzo Comelli y Matías Benicelli, mientras que recibieron 15 años por ser partícipes secundarios Ayrton Viollaz, Blas Cinalli y Lucas Pertossi.
Ya de vuelta en Melchor Romero y a la espera del traslado a un penal para cumplir la condena -se pidieron ocho cupos en la Unidad 57 de Campana- la preocupación del SPB crece y mucho por la situación emocional de los ocho. «Ellos estaban mal antes del juicio, imaginate ahora ya condenados de esta manera», explicó la fuente penitenciaria consultada por Noticias Argentinas.
De hecho, más allá de las penas que recibieron, un golpe duro que sufrieron fue el secuestro de los dos teléfonos celulares a Comelli y Cinalli, porque se descubrió que usaban redes sociales, algo que está prohibido dentro de la cárcel, porque solo se pueden hacer llamadas a familiares y allegados.
En ese sentido, uno de ellos habló con un funcionario del SPB y le dijo algo así: «Nos sacaron los celulares que usábamos para hablar con nuestras familias. Hablar con ellos era lo único que nos mantenía vivos». Esa frase alertó al Servicio Penitenciario Bonaerense y se pidió un extremo cuidado de los ocho.
De hecho, Thomsen es el que más afectado está y requirió varias veces asistencia psicológica, lo mismo que Comelli. También solicitaron que les llevaran biblias y pidieron que un pastor evangélico los visitara dentro de la alcaidía.