Hace unos días, se desarrolló en Buenos Aires el 2° Congreso de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Neurociencias (FALAN).
Entre otras, se desarrolló una conferencia sobre neurociencias aplicadas el aprendizaje. Allí se presentó un panorama sobre cómo ayudar a los estudiantes a mejorar su rendimiento escolar.
El biólogo brasileño Sidarta Ribeiro analizó de qué manera, respetando el ritmo de aprendizaje de cada estudiante, se puede ir un paso más allá.
Director neurocientífico en el Instituto del Cerebro de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte, Brasil, Ribeiro destacó la importancia que dormir, comer, realizar ejercicios y jugar tienen en el proceso de aprendizaje.
Los bajos salarios de los maestros, que se dan en varios países de la región, atentan contra la motivación por enseñar. El trabajo en la educación primaria es mucho más difícil y, en cierto modo, más importante ya que, si los niños no aprenden lo que necesitan, pueden tener serios problemas en su vida adulta, subrayó.
Un estudio realizado en la Argentina ha demostrado que simplemente con mover a los estudiantes de una clase a otra ya era posible mejorar su aprendizaje. El argumento es que las escuelas no lo hacen de forma sistemática y no dan al juego y la ejercitación física la importancia que ésta tiene, principalmente, en la capacidad de adquirir y mantener los recuerdos, indicó el biólogo.
Es sabido que el cerebro necesita una gran cantidad de glucosa para funcionar, mientras que el exceso de grasa, además de conducir a riesgos para la salud, también desacelera la retención de contenidos.
Insistió con que las escuelas deben hacer un esfuerzo para correlacionar los horarios de las comidas con el plan de estudios. Lo mismo vale para los ejercicios. Los niños aprenden en el momento adecuado, y si además ingieren los alimentos adecuados, aprenden mejor.
Por otra parte, la idea de Ribeiro de añadir períodos de sueño en la rutina de la escuela es, por ahora, difícil de concretar dado que los formatos pedagógicos están basados en el contenido y nunca hay tiempo que alcance. Sin embargo, incluir una pequeña siesta de 10 a 30 minutos ayudaría mucho en la retención del conocimiento.
Según destacó, hasta ahora, los estudios muestran que el sueño tiene un impacto más fuerte en retener conocimiento que en ampliar los contenidos y así “aprender más». Se puede mejorar en un 10% la capacidad de retención, aunque los maestros no ven la ventaja de detener una clase para que sólo haya ese 10% de progreso. Sin embargo, ese “pequeño” porcentaje podría significar mucho luego de un año escolar.
Al cierre de su intervención, agregó que, en un mundo ideal, las neurociencias no sólo deberían analizar la curva de aprendizaje en una determinada clase, sino también lo que ocurre en el proceso de cada persona. Esto haría más fácil identificar los momentos en los que los estudiantes aprendieron más, y cuándo es el momento oportuno para comer o dormir más para consolidar los conocimientos.
En el futuro, habría que invertir más en este tipo de autorregulación. ¿Por qué no dejar que los alumnos coman y duerman cuando lo necesitan? Tenemos que escuchar más a los niños.