Es frecuente la creencia de que si estamos tomando antibióticos no debemos consumir alcohol y podemos rastrear su origen hasta mediados del siglo XX, de la mano de 2 fármacos: el disulfiram y la penicilina.
El disulfiram se sintetizó por primera vez en la década de 1880 para ser utilizado en el vulcanizado de caucho. Más de 60 años después, a finales de la década de 1940, se convirtió en el primer fármaco en ser empleado para tratar la dependencia del alcohol (comercializado bajo el nombre de Antabuse) dado que en combinación con el etanol, incluso en pequeñas cantidades, producía náuseas, palpitaciones, dolor de cabeza, dificultad respiratoria, dolor en el pecho, disnea, hiperventilación, vértigo, visión borrosa y otros malestares. En las reacciones graves podía llegar a ser letal.
Su efecto, sabemos hoy, se debe a que inhibe una de las enzimas hepáticas involucradas en la metabolización del etanol causando la acumulación de acetaldehído en el organismo.
Con la aprobación de la naltrexona en 1993, y posteriormente el acamprosato, para el tratamiento del alcoholismo, el disulfiram prácticamente dejó de utilizarse aunque en los últimos años se ha renovado el interés por otros usos.
El hecho de que el disulfiram interactúe de esta manera con el etanol abrió la puerta a la posibilidad de que otros medicamentos causaran reacciones parecidas. Y por eso se empezó a recomendar evitar la combinación.
Esta idea se profundizó pocos años después cuando, en la década del ‘50, las primeras enfermedades venéreas empezaron a ser tratadas con penicilina. Los médicos aconsejaban no beber durante el tratamiento porque temían que el alcohol bajara la inhibiciones de la persona y esto la incitara a tener relaciones sexuales, favoreciendo el contagio. Pero no había ninguna razón farmacológica.
¿Qué nos puede pasar?
Más allá de su origen, ¿qué problemas podríamos enfrentar al combinar alcohol y antibióticos? Las posibles interacciones de los antibióticos con el alcohol podrían darse de tres formas distintas: como cambios en la eficacia de la droga, como desarrollo de toxicidad y como alteraciones en la farmacocinética y farmacodinámica del antibiótico y/o el alcohol. Veamos qué dice la evidencia disponible hasta el momento.
Eficacia. Por lo general, el alcohol no afecta la eficacia de los antibióticos aunque hay algunas excepciones, como en el caso de la eritromicina -que suele utilizarse para infecciones del tracto respiratorio y enfermedades de transmisión sexual, entre otras-, cuya absorción se retrasa en presencia de alcohol, probablemente por el efecto del etanol sobre el vaciado gástrico.
Toxicidad. Al igual que con la eficacia, en general la evidencia de desarrollo de toxicidad por combinación de antibióticos y alcohol es pobre aunque ciertos fármacos causan hepatotoxicidad, como la pirazinamida -empleada para el tratamiento de la tuberculosis-, y sus efectos pueden ser agravados por el consumo de etanol.
Interacciones. En las interacciones farmacocinéticas, el alcohol podría interferir en el metabolismo de la medicación; en las interacciones farmacodinámicas el alcohol podría potenciar los efectos de la medicación, especialmente en el sistema nervioso central (por ejemplo, sedación). En particular, la interacción más temida es una del “tipo disulfiram” producida por ciertos antibióticos.
Actualmente, los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH) recomiendan evitar el alcohol por sus interacciones nocivas en caso de utilizar metronidazol -que se usa habitualmente para tratar las infecciones bucales- , tinidazol -empleado, por ejemplo, en el tratamiento de algunas infecciones intestinales-, ketoconazol -un antifúngico-, entre otros. Pueden ver la lista completa con los efectos adversos para antibióticos y otras drogas acá. Sin embargo, nueva evidencia apunta a que la interacción con el metronidazol podría no ser tal.
En esta revisión de 2020 hay un detalle exhaustivo de la evidencia disponible para cada uno de los grupos de antibióticos en relación con el consumo de alcohol. A pesar de algunas limitaciones en las investigaciones, la conclusión es que, aunque el consumo de alcohol debe evitarse con ciertos antibióticos en particular, su uso en general no parece tener consecuencias negativas.
Es decir, que en la mayoría de los casos no habría problemas en combinar pequeñas cantidades de alcohol con los antibióticos que son recetados con más frecuencia, como la amoxicilina que se utiliza para tratar problemas de las vías respiratorias altas. De todas maneras, la mejor opción es siempre leer el prospecto detalladamente y consultar con un profesional de la salud para sacarnos las dudas.
Fuente: Chequeado.com