El 21 de septiembre marca una jornada especial para los estudiantes argentinos, quienes aprovechan el clima primaveral para reunirse en plazas y parques, alejados de las aulas y el estrés cotidiano. Este día, sinónimo de diversión y encuentros, ha llegado a ser conocido como el «Día del Estudiante», pero su origen no está directamente relacionado con la llegada de la primavera.
Aunque muchos creen que la celebración está vinculada exclusivamente al equinoccio, su verdadero origen se remonta a un hecho histórico clave en la educación argentina. El 21 de septiembre de 1888, los restos de Domingo Faustino Sarmiento, una de las figuras más influyentes en la historia educativa del país, fueron repatriados desde Paraguay, donde había fallecido diez días antes. El célebre prócer, conocido como el «Padre del aula», fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, y esa fecha fue recordada por su aporte a la educación.
Sin embargo, fue recién en 1902 cuando Salvador Debenedetti, entonces presidente del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, propuso que el 21 de septiembre se instituyera oficialmente como el «Día del Estudiante». Desde entonces, la fecha no solo se convirtió en una jornada de descanso para los alumnos de secundaria y universitarios, sino también en un momento para reflexionar sobre el rol crucial de la educación en la sociedad argentina.
Hoy en día, las celebraciones del Día del Estudiante se han popularizado como una excusa para disfrutar del aire libre y festejar con amigos, pero detrás de cada picnic y salida al parque, perdura el legado de quienes lucharon por una educación pública y de calidad para todos.