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Inseguridad: “Ustedes hagan lo que tienen que hacer. Yo me quedo tranquila”

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Aplomo, lucidez, años vividos, el dolor a cuestas después de haber perdido a un hijo hace más de 40 años, su fe en Dios…seguramente fueron estos y muchos otros factores los que le dieron una templanza admirable a una mujer de 87 años cuando tres delincuentes la sorprendieron en su casa durante la madrugada.

Una clásica crónica policial se limitaría a describir los hechos. En las primeras horas de la madrugada, en una vivienda de calle Jean Jaures a la altura del límite entre los barrios Capilla de Loreto y Bicentenario, tres delincuentes –jóvenes y con sus rostros semi cubiertos, sorprendieron a una mujer de 87 años, la arrojaron al piso, la sujetaron de pies y manos mientras uno de ellos le gritaba al cómplice “matala…matala”.

Para ingresar a la casa, habían arrancado la reja de una ventana. Como había una luz encendida, la víctima alcanzó a ver pasar una sombra y suponiendo que se trataría de un familiar, lo llamó en voz alta y se levantó de la cama. Fue entonces cuando se encontró con los tres desconocidos. Los mismos que para sujetarla se sentaron, uno sobre sus piernas, el segundo sobre el pecho y el tercero intentaba amordazarla.

En esa situación empezaron a exigirle “plata”, algo que en realidad no tenía. En medio de ese cuadro, María –no es ese su nombre-, con sus 87 años a cuestas empezó a hablarles. A decirles que estaba mal lo que estaban haciendo. Que iba a orar para que Dios les cambie la vida. Que piensen en sus madres. Que “a las mamás, cuando nuestros hijos no salen como queremos, sufrimos”.

También les hizo mirar una fotografía que ubicada en un lugar preferencial de la casa, muestra el rostro de un joven de 21 años.
Y se los dijo, ese era su hijo. “Hoy tendría casi 70 años pero murió a los 21 de una leucemia fulminante, en ocho días”. Después siguió, “si les pasa algo malo, cuánto van a sufrir sus mamás por ustedes”.

La tensión seguramente era el ánimo predominante. Suavizaron su trato –al menos uno de ellos-, la trasladaron a la habitación, la sentaron, le alcanzaron un vaso de gaseosa y le dijeron “Quedate acá y no hagas nada”. Ella recuerda que el que le acercó la “Sprite” le preguntó cómo se sentía y le dio un beso en la frente. Para ese entonces, ya no se escuchaba más ese “matala…matala…” que aún ahora debe resonar en los oídos de María.

“Les hablaba de Dios porque lo había escuchado en la televisión, cuando un pastor decía que a los delincuentes y a la gente que no anda por buen camino, hay que tratarla con amor, así le llega al corazón”. “Ustedes hagan lo que tienen que hacer. Yo me quedo tranquila, rememora horas después, desde su cama, donde reposa después de las horas difíciles por las que atravesó. Así la tuvieron durante dos horas hasta que finalmente, llevándose su único televisor –le queda otro, viejito, que reservaba por si alguien lo necesitaba.

Cuando los delincuentes se fueron, cerraron con llave la puerta, la arrojaron por la misma ventana que habían roto hacia el interior, saltaron un tapial y desaparecieron. Y allí quedó María, sola, sin poder comunicarse con nadie para pedir ayuda. Es que nunca se acostumbró a los celulares y los desconocidos le habían cortado el cable de la línea telefónica fija. Serían cerca de las dos de la madrugada cuando salió a pedir ayuda. Cruzó la calle y llamó en la casa de un vecino que a esa hora estaba compartiendo una comida con un grupo de gente. La socorrieron, llamaron a su familia, a la policía, al servicio de ambulancias.

María fue asistida, tenía una pequeña lesión en la boca producido cuando quisieron o intentaron amordazarla. Así se movilizó la justicia, el servicio de asistencia a la víctima…ya no la dejaron sola. Hubo algo, para ella muy especial, que no se llevaron. Y a ella le preocupaba. Ese tapado recién comprado, que piensa ponerse dentro de muy poquito. Es que está por cumplir 88 años y le preparan una fiesta. Seguramente será con festejo doble. Por el tiempo vivido y la bendición de poder contar de pie, lo que le sucedió. Y por la fe que no la abandono. Al igual que su hijo, desde esa fotografía que ocupa en su casa un lugar preferencial.

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