El 27 de febrero de 1812 se izó por primera vez la bandera celeste y blanca en Rosario, a orillas del Río Paraná. «Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme los colores de la escarapela nacional”, explicaría luego Manuel Belgrano al triunvirato gobernante.
Pero Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano no solo fue el creador de la bandera. Fue nuestra estrella en el firmamento patrio durante 25 años. Fue abogado, economista, periodista, político revolucionario, diplomático y militar por obligación patriótica e imperio de las circunstancias.
El 20 de junio se celebra el día de la bandera en su homenaje al cumplirse el 202° aniversario de su fallecimiento.
Sin embargo, no es el único día que se festeja en homenaje a Belgrano. Todos los 21 de septiembre, además de festejarse el día del estudiante y el comienzo de la primavera, en Argentina se celebra el día del economista. La fecha surgió en honor al día en que, en el año 1794, Manuel Belgrano asumió como primer secretario del Real Consulado de Buenos Aires.
Sus ideas más consecuentes en materia económica, que aún hoy conservan vigencia, fueron la importancia que adjudicó a la agricultura por un lado y al libre comercio por el otro. Con relación a la libertad de comercio, Belgrano la entendía como esencial para el progreso, aunque vivía en una región donde imperaba el monopolio, esto es el sistema que obligaba a comerciar con España sin poder hacerlo directamente con países extranjeros. Estas ideas fructificaron con la Revolución de Mayo, cuando caducó el sistema monopólico español.
Belgrano participó de la defensa de Buenos Aires ante las invasiones inglesas, fue vocal de la Primera Junta de Gobierno, luchó en la guerra de Independencia de la Argentina contra los ejércitos realistas. Fue el jefe de la expedición militar que la junta de Buenos Aires envió al Paraguay que finalizó cuando celebró el tratado confederal entre Asunción y Buenos Aires, en 1811. Fue jefe de una de las expediciones libertadoras a la Banda Oriental. Como general del Ejército del Norte, dirigió el éxodo jujeño, comandó las victorias de los revolucionarios en la batallas de Tucumán y Salta y tuvo a su cargo la campaña al Alto Perú, en la cual fue dos veces derrotado por los realistas. Durante el gobierno del Directorio también tuvo gran influencia en el Congreso de Tucumán que declaró la Independencia en 1816.
En los primeros días de junio de 1820, enfermo y tal vez desanimado, próximo a fallecer en su casa de la esquina de las calles hoy Belgrano y Defensa en CABA, el general al repasar su vida, pudo visualizar que la dedicó a la lucha por imponer los principios de la Revolución de Mayo, a defender las fronteras de la patria y a apuntalar la voluntad de los argentinos. Pero también convino consigo mismo que quiere a los libros más que la espada, prefiere las escuelas por sobre los campos de batalla y disfruta más con los avances científicos que con los avances militares.
Ganó algunas batallas y también perdió otras. Fue quien forjó nuestra identidad nacional, el creador de la bandera, el ciudadano ejemplar incorruptible, quien le pagó a su médico con su reloj de bolsillo porque no tenía más recursos.
Nació rico y murió pobre. Cuando lo fueron a enterrar no encontraron un pedazo de mármol para la lápida en la iglesia de Santo Domingo, donde Belgrano había pedido que descansaran finalmente sus restos. Tampoco había dinero para comprarlo. Recortaron un pedazo de mármol de la cómoda que estaba en su casa desde la boda de sus padres, sobre la cual alguien escribió “Aquí yace el general Manuel Belgrano”.
El 20 de junio de 1820, “el día de los tres gobernadores”, en Buenos Aires había siete diarios. Solo uno publicó la noticia. Desde aquellos tiempos los argentinos vivimos prestando más atención a nuestros problemas internos, que en seguir el ejemplo de nuestros próceres. Ojalá algún día, aprendamos su lección de vida.