Las recientes declaraciones de la vicepresidenta Cristina Fernández profundizaron el debate sobre el control de los planes sociales y los abusos de unos pocos que ven en ello un negocio. En este contexto, se desató un sinfín de miradas, muchas de ellas ratificando la postura de quienes están más alejados de la realidad de los barrios y creen que todos los males del país radican en los piquetes, “los planeros” y los movimientos sociales. Sin embargo, esa es una cuestión que desvió la raíz de la discusión.
Los planes sociales no son más que políticas de Estado que vienen a paliar situaciones de crisis a la que miles de vecinos y vecinas, compañeros y compañeras, compatriotas han sido arrojados, primero durante el macrismo (que quintuplicó la asistencia social), y luego por la pandemia, que no sólo fue una desgracia en materia de salud, sino que puso en jaque a las economías del mundo (incluso las más poderosas). Nadie está en ese lugar porque quiso. Quien tiene que acceder a una ayuda del Estado está ahí porque no le dieron otra opción. Hacer tabla rasa sobre un tema tan sensible, no lleva más que a atentar contra el único ingreso que tienen hoy miles y miles de familias.
Generalizar los abusos de algunos vivos no es la matriz que identifica a los cientos de movimientos sociales que han estado llevando la comida a cada casa cuando se los necesitó, que se comprometieron con el plan de vacunación en plena cuarentena, que garantizaron que cada niño pueda acceder a la educación cuando las escuelas estaban cerradas. Pero, sobre todo, porque estuvieron luchando en la calle junto al movimiento obrero los cuatro años de ajuste macrista y porque creen y sueñan con un futuro mejor de la mano de este proyecto nacional y popular.
Creemos que deben ser las organizaciones sociales quienes miren hacia adentro de sus estructuras y ordenen lo que sea necesario. Pero también, entendemos que no se trata ni de romantizar ni de culpar a los “Pobres de toda pobreza”, sino que se trata de abordar la problemática de fondo con la prioridad, seriedad y el compromiso que se merece, de convertir esa asistencia social en trabajo genuino, en posibilidades concretas. Cientos de veces dijimos que el FMI podía esperar. Sin embargo, quienes están esperando, una vez más son, son los postergados de siempre.