En el último tramo de una de las campañas presidenciales más inciertas de la historia argentina, los candidatos de las dos principales coaliciones intentarán persuadir al electorado de la inviabilidad o inconveniencia de las propuestas más radicales de Milei
Cuando quedan apenas 100 días para el final de un gobierno que deja al país sumido en una de las peores crisis económicas y sociales de la historia de nuestra democracia recuperada, las campañas comienzan ya a acelerar en la recta final para las elecciones presidenciales del 22 de octubre.
Si bien desde que se conocieran los sorprendentes resultados de las PASO, los principales candidatos y sus equipos de campaña habían venido trabajando en suturar heridas, contener a la tropa propia, analizar los resultados y, especialmente, recalibrar las estrategias, recién ayer sonó la campana de largada oficial de la campaña y los tres principales candidatos comenzarán progresivamente a entrar en la dinámica electoral.
Poco importa ya el resultado del escrutinio definitivo que se conoció hace apenas días, y que muestra no solo que las diferencias entre los tres espacios más competitivos son aún más exiguas que lo que originalmente se conocía sino que, además, ninguno de ellos superó el umbral de los 30 puntos. Esa foto, en un país donde la incertidumbre y la alta volatilidad son dos de las variables centrales de los procesos sociales, quedó vieja.
Nadie cuestiona el hecho más trascendente que emergió como la saga del patrón de frustración acumulada tras dos gobiernos sucesivos que no pudieron mejorar la situación de un país atrapado en una permanente y agobiante crisis: el “fenómeno Milei” que, más allá de lo que eventualmente ocurra, ha conmovido los cimientos de un sistema político que había venido estructurándose en base a una dinámica bipartidista, luego recreada bajo un esquema bi-coalicional. Seguramente ya nada será lo mismo, tanto si logra sentarse en el “sillón de Rivadavia” como si no, ya que difícilmente las dos principales coaliciones que habían venido estructurando la dinámica política logren mantener su unidad e integridad.
Tampoco nadie cuestiona a Milei -aun conociendo que finalmente no superó los 30 puntos- no solo como el gran ganador de las PASO sino también como el favorito a vencer en las elecciones generales y, eventualmente, en el ballotage de noviembre. Es que consiguió una victoria aún más importante que la de las urnas, una victoria simbólica que reforzó su posicionamiento rupturista y su asociación con la idea de un cambio profundo en un contexto de hartazgo con la dirigencia tradicional, bronca con los resultados de los últimos gobiernos y alta negatividad en materia de expectativas de futuro.
Así se puede en gran medida entender cómo, más allá de lo que indiquen las encuestas – por cierto muy complicadas para aprehender las tendencias de la opinión pública en esta encrucijada histórica- la percepción generalizada, tanto en el electorado, como en los medios, la dirigencia política y el círculo rojo en general, es que el libertario está más cerca hoy de los 40 puntos que de los 30 que, finalmente, ni siquiera pudo alcanzar según el escrutinio definitivo de las PASO. Un clima triunfalista que habitualmente genera un efecto contagio, como han demostrado algunos estudios clásicos del comportamiento electoral (concretamente, el denominado efecto “bandwagon”), cuya magnitud habrá de verse. Lo cierto es que un inquietante triunfo en la primera vuelta, que hasta hace muy poco parecía un escenario descabellado, hoy nadie pareciera estar dispuesto a descartar de plano.
En este contexto, no llama la atención que los candidatos de las dos principales coaliciones de oficialismo y oposición hayan puesto en Milei el foco central de sus ajustes o revisiones estratégicas para esta nueva etapa del proceso electoral.
Sergio Massa, que hasta el próximo 17 de septiembre (la fecha en donde se efectivizará la prohibición de hacer anuncios de gestión) seguirá apostando al mix entre ministro y candidato, ya dejó en claro que su apuesta principal es la polarización con Milei, aunque desde su entorno aclaran que no habrá confrontación personal sino un intento de desarticular sus principales propuestas. A ello se le sumará un intento de redoblar los esfuerzos del aparato peronista en aquellas provincias donde se estuvo muy por debajo de la performance de los gobernadores en las elecciones provinciales y en aquellas intendencias del conurbano donde se registraron altos porcentajes de corte de boleta.
Patricia Bullrich, la más complicada tras el escenario que emergió de las PASO, pareció recuperar cierta iniciativa política durante los últimos días con el anuncio de Carlos Melconian como hipotético Ministro de Economía. Sacando a la cancha al histriónico y mediático economista, Bullrich aspira a reforzar su débil flanco económico a la vez que intentar subirlo al ring con Milei. Además, en el plano territorial, su equipo busca identificar votantes potencialmente afines entre los abstencionistas, y buscará capitalizar la performance de los candidatos propios en las provincias que elegirán gobernador durante este mes: Santa Fe (Pullaro, el 10 de septiembre), Chaco (Zdero, el 17) y Mendoza (Cornejo, el 24), con la esperanza de recuperar allí los votos que Milei cosechó en las PASO.
Mientras esto ocurre, el candidato presidencial de La Libertad Avanza se concentra en seguir evitando “errores no forzados”, mostrándose como ganador, proyectando anticipadamente una imagen “presidencial”, y moderando notablemente sus otrora pirotécnicas apariciones mediáticas. Complementariamente, y aprovechando su condición de favorito, comienza a mostrarse ante los principales empresarios de la Argentina y del exterior, mantiene contactos con el FMI y planifica incluso algunos viajes internacionales. Todo ello en la búsqueda de inocularse frente a una estrategia del “miedo” que ponga el eje en su incapacidad para generar gobernabilidad.
Así las cosas, una de las campañas electorales presidenciales más inciertas de la historia argentina entra en su recta final, donde los contendientes de las dos principales coaliciones intentarán persuadir al electorado de la inviabilidad o inconveniencia de las propuestas más radicales de Milei. Sin embargo, sabemos muy bien a esta altura de las circunstancias y con este clima de opinión reinante lo difícil que será competir contra las emociones que desata, estimula y capitaliza el candidato libertario.