Bebés a upa, madres con cara de preocupación, niños con barbijo, otros en sillas de ruedas es lo que se ve al ingresar al Hospital Elizalde. Pero en el tercer piso del hall central el escenario se transforma: una serie de dibujos expuestos le dan color al área donde los pequeños pacientes esperan para ser atendidos.
Esas obras de arte fueron realizadas durante el taller de artes plásticas de la ONG CHAP (Curar Haciendo Arte con Pequeños), una asociación civil sin fines de lucro que tiene como misión facilitar el poder curativo del arte a niños y sus familiares en situaciones de crisis, a través de la coordinación de talleres de plástica en las salas de espera de los hospitales pediátricos públicos porteños.
Las tres mesas ya están distribuidas. Fibras, tijeras, témperas, plasticolas, pinceles y papeles viven su propia espera en tarros. “¿Estás con muchas ganas? ¿Vas a pintar hoy?”, le dice uno de los voluntarios al primer chico que se acerca. Los niños más ansiosos ayudan a distribuir los materiales sobre las mesas. Los más pacientes miran con expectativa el despliegue de pinturas. Todavía no empezó el taller y uno de ellos ya se manchó las manos de celeste.
“La idea es generar un lugar dentro del hospital donde el nene no sea visto únicamente como paciente. Que tenga un lugar de expresión y de juego en la espera, que relacione al hospital no únicamente como un lugar de dolor, de enfermedad, gris, sino un lugar que puede ser divertido, alegre y colorido”, aseguró a Télam Pedro Ortiz, fundador de la ONG.
En ese sentido, agregó que “la motricidad fina que implica el trabajo de la plástica funciona a manera de descarga” y que el arte complementa a la medicina, “que muchas veces piensa en cuerpos y psiquis y deja muy de lado lo espiritual y lo anímico”.
Pedro lleva su camisa pintada y tiene un sombrero llamativo al que le pegó objetos porque cree que “mostrarse ridículo y vulnerable ante un nene ayuda a ganar empatía”. A cada uno que se sienta a la mesa le hace elegir el color de la hoja, le muestra todo lo que hay para usar.
“¿Con qué empezamos?”, le pregunta a uno y el nene responde en silencio eligiendo una fibra verde. Luego, Pedro se acerca a otro y le indica cómo doblar la hoja para hacer un barco de papel. En otra mesa, una chica ya inició su obra y su madre intenta sacarle una foto pero el interés por hacer el dibujo le gana a la cámara del celular.
“La relación con los chicos es a través del trabajo -explica Ortiz-. Por qué estás acá, hace cuánto, con quién viniste son preguntas que abren aspectos que nosotros como voluntarios no podemos manejar. Hay un trabajo de elogio, de entusiasmar. Qué estás haciendo, qué te falta, qué bueno lo que estás haciendo. Queremos que se den cuenta de que estamos mirando su trabajo”.
“Nuestra finalidad es meramente expresiva y lúdica. No hacemos arteterapia ni un seguimiento clínico. Lo que queremos es transformar el aquí y ahora”, aclara el fundador de la ONG.
Bianca tiene 3 años y está haciendo un dibujo. Su papá, Miguel, la acompaña y mira cómo trabaja. Están en el hospital por un estudio y aprovechan la espera para participar del taller.
“No sabía que me iba a encontrar con esto -cuenta el padre-. Cuando vio al chico con el sombrero, a Bianca le llamó la atención y vino. Le encanta pintar”. Mientras tanto, la madre de la nena aguardaba en la puerta del consultorio el llamado del médico.
En CHAP creen que el arte plástico es muy generoso en cuanto al ambiente hospitalario. “Como no sabemos si el nene está diez minutos o una hora sentado en la mesa, la plástica le permite empezar un trabajo, poder ir al médico, volver y terminarlo”, señala Ortiz.
Eso hizo Bianca. Minutos después de ser atendida, volvió a pintar. “Me parece genial el taller -agregó el padre de la nena-. Los entretiene, se distraen. Como vienen al médico, ellos están un poco asustados. Además está bueno que salgan un poco del celular y hagan otra cosa. Aparte tiene contacto con otros chicos. Ella está feliz”.
Cuando Bianca terminó su dibujo, Pedro le preguntó si se lo quería llevar y la nena afirmó. Pedro le agregó al dibujo una cinta a manera de manija y Bianca se fue, con sus manos manchadas de pintura, sosteniendo su reciente obra como si fuera una cartera. A lo lejos, un médico llamaba al próximo paciente.
En el 2006, un amigo de Pedro tenía una ONG que hacía lo mismo y quiso tener una experiencia en un hospital en Buenos Aires. Pedro lo acompañó como traductor y asistente.
“Yo estaba en un momento de mi vida en el que necesitaba vincularme con el mundo de lo social, de hacer algo por el otro, de correrme del centro”, confiesa. Y ese fue el motivo por el que decidió continuar yendo los martes como voluntario al Hospital Garrahan, con los pacientes oncológicos.
Pasaron los años, apareció un contacto con el Hospital Gutiérrez y abrieron un taller los jueves. Lo mismo pasó en el Hospital Elizalde, los miércoles. Así, le dieron formalidad al voluntariado con la creación de una asociación civil.
“Pasamos de tener presencia de una a tres veces por semana. Queremos que nos encuentren siempre, que sepan que cada vez que vayan al hospital va a tener un espacio de juego, de expresión, de contención y de amor. Que además de la visita del médico, esté contemplada su persona, subjetivizar, humanizar, que sepan su nombre, su color preferido”.
En ese sentido, cree que “cambia completamente” el ambiente hospitalario. Por esa razón es que tratan de que tengan un lugar de exposición dentro de los hospitales. “Ver su trabajo expuesto a la vista del otro lo enorgullece, le levanta la autoestima”.
“Los que verbalizan más este cambio son los padres, que muchas veces se acercan con una gratitud muy grande -agrega-. A veces nos dicen que la única manera de llevar a su hijo al hospital es decirle que si no va se va a perder el taller. El nene empieza a relacionar venir al hospital con venir al taller y así se le hace mucho más fácil al padre el viaje y el tránsito por el hospital”
Cuando termina el día en el hospital, lo que queda es satisfacción. “Siento que mi tarea marca una diferencia en una situación tan dolorosa y tan injusta como es la enfermedad infantil, en un ámbito tan denso como el hospital. Al aportar color, juego y amor, se siente mucha realización personal y sentís que estás aportando algo para un cambio concreto”.
Una historia entre cientos de historias
La libertad de expresión es parte de la filosofía de CHAP. “No venimos con pautas cerradas. No tratamos de arrastrar a los chicos a nuestro mundo, sino tratar de nosotros meternos al mundo que ellos quieran crear. Exponemos a los chicos al vacío que significa una hoja en blanco y que elija qué quiere hacer cada día. Los trabajos terminan siendo más auténticos, personales y artísticos porque el nene eligió qué hacer”.
Ortiz recordó el caso de una nena que estaba haciendo un tratamiento de radioterapia en el hospital Garrahan. “Estaba muy inmunodeprimida, en silla de ruedas, con catéter, peladita, muy flaquita, en una situación de mucha fragilidad y desamparo, que inclusive estaba en una situación judicial, con un acompañante terapéutico”, contó.
“Era la semana de su cumpleaños y quisimos hacer un trabajo sobre eso. A pesar de que le era muy difícil moverse y agarrar las cositas le puso todo un trabajo que terminó siendo bellísimo. La ayudé a hacer un trabajo bello y ella le puso su impronta”, agregó.
“El amor, la entrega y la frescura que aporta un voluntario suma mucho”, asegura el fundador de la ONG. Ese es el camino que eligió Briggette Rodríguez Celestino, una de las voluntarias. Estudia psicología en la Universidad de Buenos Aires y este año se recibe. Un día buscó en Internet actividades de voluntariado y llegó a CHAP. Es parte de la ONG desde 2013, actualmente en el Hospital Elizalde.
“Mi tarea en la ONG es ayudar al armado del taller, la disposición de las mesas. Lo más importante es acompañar al niño, promover todo el tiempo que pueda sentirse cómodo, desplegarse, abrirse en la hoja, que pueda generar una marca propia en el dibujo”, cuenta.
La voluntaria destaca que “los padres también se suman, se involucran en el taller y se genera una dinámica familiar”.
A nivel personal, siente una “ganancia que pasa por algo subjetivo, del reconocimiento. Lo que te generan los niños al verlos pintar es algo gratificante”.
“A mí me ayuda bastante ver ese entusiasmo. Todas esas cosas lindas que genera me motivan”, subraya.