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ESCANDALOS POLITICOS EN LA HISTORIA

El suicidio de Juan Duarte: una muerte sospechosa, una carta de despedida y las miradas puestas en Perón

Fue el secretario privado de su cuñado presidente y su estrella se apagó luego de la muerte de Evita. Pesaban sobre él serios cargos de corrupción y 72 años después del hecho, el caso sigue atrapando por las dudas y suspicacias que generó. Foto: Juan Duarte, del corretaje de jabones a secretario privado del presidente

Sociedad

La broma macabra que circulaba en la calle era que Juan Duarte se había suicidado, y que solo restaba saber quién lo había hecho, lo que ponía en evidencia las sospechas que generó la muerte del hermano consentido de Eva Perón.

Único varón de cinco hermanos, donde la menor era Evita, había nacido en 1914 en Los Toldos, provincia de Buenos Aires. La madre Juana Ibarguren se llevó a su prole a la ciudad de Junín, donde abrió una pensión. Jugando al billar en la confitería 9 de Julio de esa localidad, se hizo amigo del gerente de la fábrica Guereño, quien lo contrató para ser viajante de comercio del jabón Radical.

El ascenso de Duarte fue gracias a su hermana Evita. Llegó a ocupar el cargo de secretario privado del presidente

Luego de cumplir con el servicio militar, se mudó a la ciudad de Buenos Aires junto a su hermana Eva, quien estaba decidida a seguir la carrera de actriz. Allí, Juan, encontró un ambiente propicio para su carácter proclive a las copas, a las mujeres y al juego.

Ambos hermanos ocuparon un departamento en Carlos Pellegrini al 1300 para luego mudarse a otro en Posadas y Ayacucho. Cuando Eva comenzó su relación con Juan Perón, le pidió a su hermano que abandonase el departamento contiguo que ocupaba. Luego de vivir un tiempo en el Hotel Jousten y en un departamento en la avenida Córdoba y Sánchez de Bustamante, se estableció en un quinto piso de avenida Callao 1944.

Con el advenimiento de Perón al poder, a Juan se le abrieron un sinnúmero de posibilidades. En 1944, su hermana hizo que lo nombrasen inspector del Casino de Mar del Plata y, cuando Perón asumió la presidencia, fue su secretario privado. La advertencia de Eva era siempre la misma: “Pórtate bien, Juancito”.

Fanny Navarro, una reconocida actriz que mantuvo un largo romance con Duarte

A pesar que debía asistir al presidente durante toda la jornada, que comenzaba temprano, Juan nunca dejó de lado su vida nocturna y su habitual peregrinar por los cabarets de moda, así como las relaciones con figuras del espectáculo. Los más publicitados fueron los romances que mantuvo con Fanny Navarro y con Elina Colomer.

En 1947, acompañó a su hermana Eva en su viaje por Europa. Ella estalló cuando el ministro de Relaciones Exteriores español le hizo llegar el mensaje que decía que su hermano y Alberto Dodero (muy amigo de Perón, encargado de organizar la parte no oficial de la gira) se habían ido de juerga a las Cuevas del Sacro Monte, creándole problemas a la custodia. Ella lo amenazó: “¡Una puta más y te volvés a la Argentina!”

A partir de ejercer la función pública, fue notorio su crecimiento patrimonial. Al departamento de Callao, había que sumarle la estancia Santa Marta, en Laguna del Monte y autos de lujo; manejaba los permisos de importación de automóviles extranjeros, tenía intereses en el negocio de la carne y en la industria cinematográfica. En un gobierno que monopolizaba los medios de comunicación, resultaba imposible para una actriz figurar en la tapa de Radiolandia o Antena sin haber hablado antes con Juan Duarte.

Perón y su esposa Evita. La muerte de ella en julio de 1952 significó un duro golpe para su hermano

El principio del fin

Cuando su hermana cayó enferma, tomó conciencia de que su suerte estaba echada. Según relató Osvaldo Bertolini, uno de sus cuñados, Juan había quedado muy impresionado por la enfermedad de Eva. En un testimonio brindado al periodista Hugo Gambini, relató: “Una noche íbamos en su automóvil por los jardines de Palermo y nos detuvimos en la oscuridad, para que nadie lo reconociese. Yo saqué una radiografía de un sobre y le dije: ‘Acá está lo que descubrieron los médicos’. Parece que no hay remedio. Juancito miró esa radiografía con la luz del tablero, tratando de descifrarla, y se puso a llorar. Sabía que Evita no tenía cura y pensaba que, además de perderla, si ella faltaba se le vendrían encima algunos de esos ministros que se la tenían jurada”.

Al tiempo de morir Evita, Perón fue abordado -a la salida de un acto en el Teatro Colón- por la actriz Malisa Zini, de militancia peronista, quien a viva voz le advirtió que lo rodeaba gente corrupta. Él la citó para hablar más tranquilo y dispuso que el general León Bengoa iniciase una investigación sobre todo el gabinete. “Irá a la cárcel hasta mi propio padre si es ladrón”, anunció en un discurso que Juan escuchó mientras manejaba. Aunque Perón no lo nombró, todos infirieron que hablaban sobre su cuñado. Ya la oposición había iniciado una campaña de denuncias de corrupción en su contra, sabiendo que el destinatario también era el presidente.

Cuando Perón fue derrocado en 1955, la muerte de su cuñado fue una de las cuestiones investigadas por la justicia

Todas las miradas apuntaron a él y a su círculo de amigos dentro de Casa Rosada. A comienzos de abril de 1953 le allanaron su oficina y su caja fuerte; la misma suerte corrieron sus colaboradores más cercanos. El día 6 renunció a su cargo. El 9 debía declarar ante la comisión especial presidida por Bengoa.

En la noche del 8 de abril, sus amigos fueron a visitarlo a su departamento de la avenida Callao. Estaban Raúl Apold, Héctor Cámpora, Osvaldo Bertolini, Ramón Subiza, Raúl Margueirat y Jerónimo Remorino. Algunos lo notaron melancólico, otros lo recuerdan haciendo planes. Lo cierto es que en la mañana del 9, cuando su mayordomo japonés Inajuro Tashiro fue a llevarle el desayuno, lo encontró arrodillado, en ropa interior, con su cabeza apoyada en la cama, y con un disparo en la sien derecha. Cerca, un revólver calibre 38.

Nadie había escuchado el disparo, aparentemente el orificio de bala no se correspondía con el calibre del arma encontrada y los escasos rastros de sangre hallados en la escena no correspondían a una herida de semejante naturaleza.

En la mesa de luz, estaba su carta de despedida:

“Mi querido General Perón: la maldad de algunos traidores a Perón, al pueblo trabajador, que es el que lo ama a usted con sinceridad, y los enemigos de la Patria, me han querido separar de usted; enconados por saber lo mucho que me quiere y lo leal que le soy; para ello recurren a difamarme y lo consiguieron; me llenaron de vergüenza pero no pudieron separarme de usted; desde mi renuncia, usted fue tan amigo como siempre y esta aflicción suya de estos días por mi, me pagó con creces el mal que ellos me causaron. He sido honesto y nadie podrá probar lo contrario. Lo quiero con el alma y digo una vez más que el hombre más grande que yo conocí es Perón; sé de su amor por su pueblo y la patria, sé como nadie de su honestidad y me alejo de este mundo asqueado por la canalla, pero feliz y seguro que su pueblo nunca dejará de quererlo y de haber sido su leal amigo; cumplí como Eva Perón, hasta donde me dieron las fuerzas. Le pido cuide de mi amada madre y de los míos, que me disculpe con ellos que bien lo quieren. Vine con Eva, me voy con ella, gritando viva Perón, viva la Patria, y que Dios y su pueblo lo acompañen por siempre. Mi último abrazo para mi madre y para usted. (Firmado) Juan R. Duarte. Perdón por la letra, perdón por todo”. Tenía 38 años.

Sus restos fueron exhumados con la intención de probar de que, en realidad, había sido asesinado

Perón concurrió al velatorio, que se realizó en el departamento de Elisa, una de las hermanas del fallecido. “Me mataron a otro hijo”, gritaba entre llantos la madre. Más tarde, el primer mandatario comentaría que “a ese muchacho lo perdieron el dinero fácil y las mujeres. Tenía sífilis”.

El dirigente radical Silvano Santander tenía otra teoría: en su gira por Europa en 1947, Eva Perón habría depositado una importante suma de dinero, proveniente de aportes de jerarcas nazis que apoyaban a Perón. Cuando Eva murió, los herederos fueron los únicos habilitados para hacerse de esos fondos, en custodia en un banco en Suiza. En octubre de 1952, Juan Duarte viajó a ese país y, a su regreso, le comunicó a Perón el total de lo depositado, que no coincidía con el número que manejaba el entonces presidente. Ese habría sido el origen del desacuerdo que terminaría con su muerte.

El historiador Joseph Page se hizo eco de una versión publicada en la revista Time, que sostenía que Duarte había sido asesinado en el aeropuerto cuando intentaba abandonar el país.

Cuando Perón fue derrocado el 16 de septiembre de 1955, la Policía llevó adelante tres investigaciones: un proceso sobre torturas, la desaparición de un niño en las aguas del Tigre y la muerte de Juan Duarte. Le cupo esta tarea a Próspero Germán Fernández Albariños, también conocido como “Capitán Gandhi”. De profesión maestro de escuela, había cursado hasta tercer año de Medicina en la universidad, trabajaba en la Policía Federal y no habría estado en su sano juicio. La prensa anti peronista lo definía, exageradamente, como “el hombre del F.B.I. Argentino”. A Gandhi lo desvelaba probar que Perón había mandado a matar a su cuñado.

Una tarde de noviembre de 1955, una comisión policial se hizo presente en el cementerio de la Recoleta. Fue con la misión de llevarse los restos de Duarte. Se los llevarían a la necrópolis de Chacarita para hacerle la autopsia.

Hizo ir a Margueirat, el ex jefe de ceremonial de gobierno, al guardaespaldas Lagos y hasta al peluquero Gullo, todos en calidad de detenidos. A partir de las pruebas que él decía tener, indicaba que a Duarte lo habían asesinado. Se basaba en que el dedo pulgar del pie derecho estaba rígido, apoyado sobre la superficie del colchón en una posición forzada, lo que indicaba, siempre según Gandhi, que el cadáver había sido colocado ahí.

¿Se había suicidado? ¿Fue asesinado? ¿O había que darle crédito a los que decían que, en realidad, Juan Duarte hacía rato que estaba viviendo en otro país?

Sin embargo, el fallo judicial conocido en 1958 echó por tierra las conclusiones de Gandhi. Aunque siempre se sospechó que había sido asesinado -hasta se puso en tela de juicio la autenticidad de la carta de despedida- los elementos con que contaba la justicia orientaban hacia el suicidio.

Juan no tendría paz. Por un tiempo, el Capitán Gandhi guardó en una caja la cabeza de Duarte y solía mostrarla en el Departamento de Policía. Hasta en un interrogatorio a un sospechoso, sugirió: “¿Por qué no le contás a Juan y a mi lo que sabés?”, exhibiendo los despojos de aquel hermano un tanto díscolo que hacía renegar a su hermana.

(Nota de Adrián Pignatelli para Infobae)

 

Veinte días antes de su muerte, Juan Duarte apadrinó un bautismo en la parroquia San Ignacio de Loyola de Junín (Fuente Juninhistoria.com)

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