Adrián es un joven español de 23 años de Guadalajara, España, cuya casa es un nido de trampas. Detectores de movimiento en el pasillo y una alarma instalada en la misma puerta de la heladera con un solo objetivo: evitar que logre comer.
“La cocina, la heladera y la despensa son para él un búnker”, explicó al diario El Mundo su madre, Josefina Morte. “La alarma en la cocina, que funciona perfectamente, a él le da seguridad y ya no tiene esa inquietud por conseguir la comida. Al no tener facilidad parece que tiene menos inquietud”, relató la mujer.
Eso le pasa porque padece el Síndrome de Prader-Willi, una enfermedad congénita. Las personas con esta afección tienen hambre todo el tiempo aunque no sed y se vuelven obesas. También presentan un tono muscular pobre, una capacidad mental reducida, problemas en el sueño y órganos sexuales subdesarrollados.
Este síndrome es causado por la carencia de un gen en el cromosoma 15. Dentro de las complicaciones, la obesidad es la más riesgosa por lo que se debe mantener un control de lo que la persona come y reducir la ingesta de calorías. Como se observa en el caso de Adrián, el control de los ambientes en los que se mueve el enfermo es fundamental. La familia, los vecinos y la escuela del niño deben trabajar en conjunto, ya que se intenta obtener alimento donde sea posible.
Sobre su experiencia personal, Morte describió: “Al principio, nada más nacer, no comen nada y están como un trapo. Pero a partir de los dos años se comen hasta la mesa”. Y añadió: “En la casa se controla como se puede pero una vez en la calle es muy difícil. Son capaces de cualquier estrategia para conseguir comida. Comen lo que sea ya sea comestible o no”.
Su padre José Luis Larriba precisó que algunas celebraciones son difíciles de sobrellevar: “Diez días antes (de las fiestas de Navidad), Adrián ya está con ansiedad por la comida, apunta hasta las horas que faltan para la cena, estos días de atrás en su libreta había escrito: ‘Faltan 50 horas’. Y nos pregunta: ‘¿Me dejarás comer lo que yo quiera?’”.
Los padres encontraron a lo largo de la vida de su hijo bolsas de queso rallado, tarrinas de manteca, yogur y comidas para bebé debajo del colchón o en su caja de juguetes, así como trozos de salmón y filetes de lomo en los bolsillos, entre muchos otros alimentos. Adrián llegó a ingerir paquetes de magdalenas enteros o grandes cantidades de pasta cruda. Por su enfermedad debieron dejar de llevarlo a las fiestas de cumpleaños por la ansiedad que le generaban. “Para él era un infierno: todo el mundo se ponía a comer y a servirse y él no podía”, lamentaron. Por esta razón, tienen un libro de instrucciones que siguen a rajatabla para mantener un mínimo de equilibrio en la vida del joven.