«Gaslighting», la tortura mental favorita de las parejas

Virales

Paula, cantante de ópera, conoce a un apuesto pianista, Gregory. Se enamoran y se casan. Él la convence para ir a vivir a una casa deshabitada en Londres.

Una vez la pareja se muda, extraños sucesos comienzan a ocurrir: la luz de las lámparas titila hasta apagarse de forma aparentemente aleatoria. Paula trata de averiguar qué causa esas idas y venidas sin éxito. Empieza a ponerse nerviosa.

No tiene ningún motivo para imaginar que el responsable de esos pequeños cambios misteriosos es su marido Gregory, que trata de convencer a Paula de que se está volviendo loca.

A grandes rasgos, esta es la sinopsis de la película Gaslight, dirigida por George Cukor en 1944 y protagonizada por Charles Boyer e Ingrid Bergman. El film sirvió para bautizó popularmente un tipo de tortura psicológica sutil que se lleva a cabo en entornos familiares, conocidos, y habitualmente en la pareja.

Es el maltrato psicológico conocido como gaslighting, o luz de gas, que consiste en generar en el otro la duda sobre sus propios sentidos, su razonamiento y hasta de sus actos.

Un ejemplo cinematográfico más reciente sería el de Amelie Poulain, cuando se venga del cruel frutero de su barrio cambiando algunos detalles de su casa.

Volvamos a la película de Cukor. Cuando Paula le dice a su marido que las luces de las lámparas varían de intensidad de forma aleatoria, él le contesta que no puede ser, que está equivocada.

Así, Paula se desequilibra poco a poco, empieza a dudar de sí misma. Y esa es la clave de este tipo de tortura psicológica tan común: hacer que el otro caiga, se desestabilice, cambie una opinión que no nos gusta o cese en su intento a través de pequeñas, diminutas intervenciones cotidianas.

Por ejemplo: el abusador/a se enfada o actúa de forma agresiva, y cuando la pareja responde, niega de forma rotunda haber utilizado ese tono. Ahora habla de forma apacible para desesperación del otro. El abusador/a puede acusar a la víctima de interpretar de forma distorsionada todo lo que dice, de estar irascible o hipersensible.Gran parte del éxito del gaslighting es que es muy sutil. Tanto que a veces podemos practicarlo casi sin darnos cuenta.

Se puede hacer creer a otra persona que no está cuerda, que está confusa o su percepción está sufiriendo cambios con comentarios muy poco importantes, con miradas y gestos casi imperceptibles.

Otra de sus fortalezas es que la infligen personas cercanas o muy queridas, en las que confiamos y a quienes amamos. Es decir, nos pilla desprevenidos y con la guardia baja.

Otras veces quien hace gaslighting es la misma sociedad, a consecuencia de los prejuicios e ideas preconcebidas.

Así ocurrió, por ejemplo, con algunas pacientes jóvenes de Sigmund Freud, quienes le relataron los abusos sexuales que habían sufrido. Las experiencias parecían tan insostenibles para la época que fueron tachadas de fantasías. Las pacientes, por tanto, se lo habían tenido que imaginar.

Hoy sabemos que hacer luz de gas a alguien es una de las formas más efectivas de abuso emocional.

Aunque cueste aceptarlo, se lleva a cabo sobre todo intencionadamente. Y es que las actitudes narcisistas, controladoras, intimidatorias o directamente sociópatas no se dan solamente en personas claramente desequilibradas a ojos de la sociedad, sino que forman parte del día a día.

Es ahora cuando muchas reflexiones, testimonios y nuevos estudios sobre el gaslighting están empezando a hablar de las consecuencias que puede tener en las personas que lo sufren, como la destrucción de la autoestima y la confianza.

La víctima se vuelve incapaz de funcionar de manera independiente, se vuelve insegura y deja de confiar en su juicio, intuición y hasta valía. Sólo a través de los demás (sobre todo de su abusador o abusadora) son capaces de verse reforzados.

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