El último recuerdo visual nítido de Sebastián son las Torres Gemelas derrumbadas en la pantalla de la tele. La luz del mundo se apagó para él en noviembre de 2001 cuando perdió la visión del ojo izquierdo. El derecho le había dejado de funcionar casi dos años antes, durante unas vacaciones con amigos en Brasil.
La ceguera no fue algo inesperado. Desde los 5 años, la diabetes lo había vuelto insulinodependiente. Con el tiempo tuvo además que combatir una retinopatía diabética (en su caso, severa), la secuela ocular más común de la enfermedad. Los miles de tratamientos y operaciones a las que se sometió no pudieron modificar el desenlace: a los 28 años Sebastián quedó completamente ciego. «Yo sabía que podía pasarme. Dos de mis hermanos padecían la misma enfermedad y uno de ellos también se había quedado ciego, así que era una posibilidad», dice.
Lejos de recordar la pérdida como una tragedia, habla de ella con una serenidad natural que sorprende. Dice que quizás no se cuidó lo suficiente, que la arrogancia adolescente de sentirse todopoderoso probablemente no lo ayudó a ser más aplicado, pero no se arrepiente de haber disfrutado al máximo sus días de vidente. Aceptar enseguida su condición fue probablemente un motor para no deprimirse y salir a buscar alternativas que lo ayudasen a transitar la vida a oscuras.
La idea de un perro guía apareció enseguida. Sebastián siempre había tenido uno en su casa familiar y le encantaban, así que la opción era perfecta. Pero al principio el panorama no fue alentador. En la Argentina no existían escuelas que se ocuparan de entrenar perros de asistencia ni era fácil dar con un entrenador privado especializado en el tema. La búsqueda llevó meses hasta que, finalmente, a través de un contacto local conoció Leader Dogs For The Blind, un centro de entrenamiento para perros en Rochester, Estados Unidos.
Un proceso transformador
El proceso de petición de un perro es largo e implica una batería de estudios que parece no terminar: fichas rigurosas con datos personales y familiares, análisis médicos, videos para evaluar distintos aspectos del interesado (velocidad de marcha, movimiento, orientación, etc.), e informes socio ambientales, por nombrar algunos.
El ida y vuelta de documentos de Sebastián llevó 2 años y 8 meses, hasta que su solicitud -junto a las de otras personas alrededor del mundo- fue aprobada; y en agosto de 2006 viajó a Estados Unidos para la etapa final. «Cuando llegás te dan una habitación en la escuela. Los primeros dos o tres días estás solo. Los especialistas te observan: ven a qué velocidad caminás, tu interacción con el resto del grupo, tu orientación y la forma de moverte», explica.
Al momento de aceptar la aplicación, la organización preselecciona tres perros cuyos perfiles son compatibles con el del interesado. Las observaciones de los primeros días de estadía sirven para afinar el análisis y definir el candidato más adecuado.
El tercer día llegó el momento tan ansiado. Sebastián estaba en su habitación cuando golpearon a su puerta. Estaba nervioso, sabía que del otro lado estaba el ser que le daría una mejor vida. En el instante que giró el picaporte, un labrador americano de un año y medio posó las patas sobre su panza, se estiró y comenzó a lamerle la cara. «El entrenador solo llegó a decir ‘This is… ‘, porque Jack se abalanzó para darme besos. Yo no soy muy expresivo ni me conmuevo fácilmente, pero el momento fue realmente movilizante. El hombre me explicó un par de cosas y nos dejó solos. La conexión fue genial y terminamos los dos jugando en el piso.».
Los 26 días restantes fueron de acoplamiento. Sebastián y Jack entrenaron juntos, y se conocieron cada vez más hasta volverse inseparables: «Además de aprender a andar con el perro y a darle indicaciones, en ese período te enseñan a cuidarlo: levantar su caca, peinarlo para detectar bultos o cambios en su pelaje, tocarle las orejas, las patas y la nariz para encontrar posibles problemas».
Por lo general, los perros son entrenados para ir a la izquierda del usuario (la mayoría de las personas son diestras). La idea es que la mano hábil quede libre. «El bastón te obliga a estar muy atento, a poner toda tu concentración en el metro cuadrado donde estás parado. La primera vez que caminé con Jack tuve una sensación de libertad única, podía desplazarme y estar tranquilo, escuchar los pajaritos, sentir el viento en la cara. Antes, todas esas percepciones quedaban anuladas por la atención en el bastón».
De vuelta en Buenos Aires sólo fueron necesarias un par de semanas para que el perro aprendiera las rutas habituales de su dueño (la parada del colectivo, la estación de tren, la panadería del barrio). «A mí Jack me transformó la vida», dice Sebastián entre suspiros, y agrega: «Tanto me cambió que llevo su nombre tatuado junto con el de mi mujer y mi hijo. Ese dulce de leche tiene mi amor eterno».
Datos para tener en cuenta
Desde 2013, en la Argentina hay una Ley Nacional de Perros de Asistencia pero aún no está reglamentada. La ley garantiza el derecho al acceso, deambulación y permanencia en lugares públicos y privados de acceso público, de toda persona con discapacidad total o parcial acompañada por un perro guía o de asistencia, en condiciones de igualdad con el resto de la ciudadanía.
.Los tiempos de desplazamiento con un perro guía se reducen a la mitad con respecto al uso del bastón.
.Se estima que un perro puede realizar la tarea de asistencia hasta los 8 años. Luego continúa su vida con la misma familia pero no su trabajo.
.El arnés es la herramienta que le hace saber al perro que está en momento de trabajo. Se fabrica de distintos materiales y con diferentes tipos de amarre, según la escuela. Las variaciones son sutiles y no modifican su funcionalidad.