Un estudio de la Universidad de Oxford revela que el amor, en sus diferentes formas, activa distintas áreas del cerebro, destacando el rol del sistema de recompensa. El amor hacia los hijos genera la mayor actividad cerebral, mientras que el afecto por las mascotas presenta patrones únicos de activación.
La ciencia confirma que amamos con el cerebro, no con el corazón
Aunque popularmente se cree que el amor proviene del corazón, la ciencia ha demostrado lo contrario: es el cerebro el que realmente lo controla. Un reciente estudio de la Universidad de Oxford, publicado en la revista Cerebral Cortex, ha revelado que diferentes tipos de amor activan áreas específicas del cerebro, desafiando la tradicional noción romántica.
El estudio, liderado por la filósofa Pärttyli Rinne, analizó a 55 adultos, de entre 28 y 53 años, mediante resonancias magnéticas. A los participantes, que debían tener al menos un hijo, se les pidió que evocaran momentos de amor relacionados con seis categorías: hijos, pareja, amigos, desconocidos (compasión), mascotas y la naturaleza. Los resultados mostraron cómo el amor, dependiendo de su tipo, activa distintas regiones del cerebro, especialmente el sistema de recompensa.
El amor hacia los hijos: el más intenso
Uno de los hallazgos más destacados fue la intensa activación cerebral generada por el amor paternal, particularmente en el cuerpo estriado, parte del sistema de recompensa. Este tipo de amor, que implica una profunda conexión emocional, superó en intensidad a otras formas de afecto. «El amor por los hijos está profundamente arraigado en la biología humana», comentó Rinne.
Después del amor hacia los hijos, el estudio encontró que el afecto hacia la pareja y los amigos también activaba áreas importantes del cerebro, aunque con menor intensidad. Incluso el sentimiento de compasión hacia desconocidos mostró activaciones significativas, lo que refuerza la idea de que el amor en todas sus formas está vinculado a complejos procesos cerebrales.
El amor por las mascotas: una excepción interesante
El estudio también exploró el amor hacia las mascotas, revelando una peculiaridad en la forma en que el cerebro procesa este tipo de afecto. En lugar de activar principalmente el sistema de recompensa, como ocurre con el amor hacia las personas, el cariño por las mascotas estimuló las áreas del cerebro asociadas a la cognición social. Esto se evidenció cuando los investigadores pidieron a los participantes que imaginaran momentos de cercanía con sus animales, como tener a un gato ronroneando en su regazo. Los patrones de actividad cerebral diferenciaron claramente a quienes convivían con mascotas de quienes no lo hacían.
Este hallazgo resalta la especial relación que las personas desarrollan con sus animales de compañía, algo que podría tener implicancias en la investigación de trastornos mentales como la depresión y la ansiedad.
Implicancias futuras
Este estudio no solo proporciona una visión más clara de cómo el cerebro procesa el amor en sus múltiples formas, sino que también abre la puerta a nuevas investigaciones sobre las relaciones humanas y su impacto en la salud mental. Al entender mejor cómo las emociones se activan en el cerebro, los científicos esperan poder desarrollar tratamientos más efectivos para trastornos emocionales y mejorar nuestra comprensión de cómo establecemos vínculos con otros, sean personas, animales o incluso el entorno natural.
El cerebro, y no el corazón, sigue siendo el verdadero centro de todo lo que sentimos.