antino Guglieri comenzó a leer a los seis años, tres años después de haber sido diagnosticado con TEA (trastorno espectro autista). Ahora, con 12 años, Santino escribe. Y gana premios de literatura: ya fue premiado dos veces en el concurso literario de la Biblioteca Popular de Paraná, Entre Ríos, donde vive con su familia.
«Iba tanto a la Biblioteca Popular, que un día le dijeron que iban a hacer un concurso y le pidieron que se anotara», contó su padre, Germán Guglieri, que lucha por la sanción de una ley de Autismo en Argentina. La ley es necesaria para garantizar que las obras sociales brinden la cobertura necesaria para tratar el trastorno del espectro autista.
Antes de los 10 años, Santino ya había leído cinco tomos de la saga «Juego de Tronos», de George R. R. Martin. También había devorado libros de Stephen King, Brandon Sanderson, Lev Grossman, y Dan Wells, entre otros. Lo suyo es la ciencia ficción y el terror. «Escribo sobre el miedo», contó Santino en una entrevista en televisión.
A continuación, el cuento «Ojo rojo», uno de los cuentos premiados de Santino:
Cuando abrió el sobre lo recorrió un escalofrío. Dentro había una nota con un ojo rojo dibujado. Miedo, sentía miedo. Caminó hasta la cocina, hacia la mesa, donde había un diario. «El asesino del ojo rojo ataca de nuevo» decía el titular de una noticia. En la noticia estaba la foto de una nota igual a la suya. Su epígrafe decía «Si recibe una carta como esta, llame a la policía». Eso fue lo siguiente que hizo. Marcó en el teléfono de la cocina el 911. Nada, el teléfono estaba muerto. El cable estaba cortado. El asesino había estado en la casa y había cortado el cable del teléfono.
Basta de pánico. El pánico no llevaba a nada. Había que analizar la situación con la mente fría. Estaba en una cabaña en medio del bosque, a tres horas a pie de la ciudad. El asesino debía estar cerca de la casa, quizás dentro de la misma casa. Tenía que huir. No podía huir por la puerta principal, ni por la trasera, demasiado obvio. En el segundo piso, en su habitación, pegado a la pared había un árbol. Bajando por el árbol podía llegar al patio y en el patio había una puerta a un camino que llevaba a la ciudad, aunque el camino era largo. Trazó un plan.
Tomó un cuchillo de la cocina, si el asesino lo atacaba se defendería. Antes de bajar por el árbol, se alegró de que Ana estuviera en la ciudad, fuera de peligro. Todo salió según lo esperado. Las ramas del árbol por las que iba no se rompieron, el asesino no lo esperaba en el jardín ni detrás de la puerta hacia el camino.
Mientras caminaba por el camino hizo algo que no quería. Pensar. Pensaba en lo que le podía pasar, en que el asesino podía tener un revolver y dispararle. Trataba de concentrarse solo en la caminata, pero no podía. Empezó a tenerle miedo a cada ruido que escuchaba.
Pensó en Ana. En algunos incidentes extraños con Ana, por más de que quería pensar en momentos felices con ella. Ana durante el desayuno, sentada en la mesa, leyendo el diario, uno de esos artículos sobre algún asesinato del asesino del Ojo Rojo y sonriendo un poco. O en los frecuentes viajes de Ana a la ciudad.
Estaba tan abstraído pensando en sus cosas que no se dio cuenta de que había alguien delante de él. Chocaron. Por un segundo pensó que era el asesino, pero no, era Ana. Se le relajaron los músculos, solo era Ana.
-Espera, Ana, ¿Qué haces aquí? ¿No estabas en la ciudad?- dijo, y notó lo que estaba en las manos de Ana. En la mano derecha un cuchillo y en la izquierda un sobre.
El policía bajó del auto y se acercó al cadáver. Estaba frío y rígido, muerto desde hace horas. Tomó el sobre que estaba entre los dedos del hombre y lo abrió. Adentro había una nota con un ojo rojo dibujado. El asesino del Ojo Rojo atacaba de nuevo.