Eduardo fue toda su vida una persona deportista. O casi, ya que en un momento que no puede delimitar con precisión, las ocupaciones diarias le fueron quitando tiempo al deporte hasta eliminarlo por completo de su rutina. Trabajaba mucho, se alimentaba a base de harinas y no respetaba los horarios de las comidas.
Ni el espejo ni la balanza formaban parte de su práctica diaria. Sin embargo, una mañana se pesó para confirmar que seguía en 110 kilos y la aguja trepó a 143. Consciente de que no llegaba al metro ochenta de estatura, de que tomaba pastillas para la presión y Valium, entendió que había algo que no estaba bien. Sin embargo, fue la charla con un urólogo lo que le hizo entender que no podía postergarse más.
El especialista le pidió análisis de todo tipo y luego de analizar los resultados vio un problema a corto plazo: la obesidad en ascenso que padecía Eduardo podía llevarlo a padecer un infarto o un ACV, entre otros problemas de salud. “Tenés que bajar de peso y cambiar tu estilo de vida”, le dijo. Y Eduardo lo tomó al pie de la letra.
Por dónde empezar
Eduardo estaba dispuesto a cambiar su vida. El sobrepeso no sólo estaba afectando su salud, sino también el vínculo con sus afectos. Buscando en Internet y consultando a algunos conocidos, llegó a un centro médico donde decidió comenzar el tratamiento. Era un lugar que lo obligaba a ir todos los días, incluso, feriados, domingo y días festivos. Era un acompañamiento médico-terapéutico que incluía charlas, rutinas de ejercicios, baile, controles médicos y un grupo de contención.
De a poco empezó a sentirse mejor: se agitaba menos, tenía una mayor seguridad y autoestima y había logrado dejar todos los remedios. “Empecé a vivir y dejé de sobrevivir”, resume.
La primera fase del tratamiento estaba terminada: había logrado llegar a un peso saludable sin usar medicamentos, había entendido que tenía una adicción que lo iba a acompañar de por vida y se había reconocido como paciente.
El deporte como motor, satisfacción e incentivo
Después de alcanzar un peso razonable, comenzó el trabajo más intensivo: junto al resto de sus compañeros vieron la posibilidad de correr y una profesora comenzó a entrenarlos.
El primer desafío fue llegar a 6 kilómetros. Eduardo y sus compañeros se inscribieron en una carrera con el objetivo de llegar a la meta. En esa oportunidad corrió 2 kilómetros y caminó 1, para juntar energía y volver a correr otro trecho hasta la línea de llegada.
Después de esa experiencia no paró más. Corrió 8, 10 y una mañana se levantó dispuesto a correr media maratón -21 kilómetros-. Llamó a su profesora y ella lo alentó: “Vas a poder, pero para eso vas a tener que entrenar muy duro”.
Unos días antes de correr los 21K se enteró que su hija mayor estaba embarazada. No había manera de fracasar, esa medalla ya tenía dueña, su nieta. Para los segundos 21K estaba embarazada su nuera y esa medalla fue para su nieto. Luego vinieron las carreras de aventura, y viajes de trekking en Córdoba, Machu Picchu, Salta, Jujuy y Bolivia.
“No se si correr es lo que más me gusta, pero el hecho de empezar a lograr metas me hacía sentir vivo. El sentimiento de la largada, con toda la gente preparada para cumplir sus metas, es inexplicable. Luego es poner la mente en blanco, sentir la respiración, el viento y la buena onda de los demás corredores. Cruzar la meta es una alegría tan grande que siempre termina en llanto”, describe Eduardo.
Claro que hay momentos donde sintió que no iba a poder, que no tenía más fuerzas para seguir corriendo, pero ahí es donde dice que funciona el apoyo del grupo, el aliento de sus compañeros y también de los que ni siquiera te conocen.
Cambiar el chip
Eduardo dice que tiene altibajos, como cualquiera. Su baja fue de casi 55 kilos. Luego subió unos pocos y quedó estacionado. A veces baja un par y a veces sube otro tanto, pero siempre está atento a escuchar a su cuerpo para corregir la balanza lo más rápido posible.
A los 54 años, Eduardo decidió mejorar su calidad de vida haciendo deporte y una dieta saludable.
Ya casi no come harinas y se toma el tiempo necesario para preparar sus viandas y llevar una alimentación sana. Además, cuenta que cuando se pasa de harinas automáticamente cambia de humor y se prende una luz roja que lo lleva a volver al camino adecuado.
Hoy sigue corriendo y entrenando. Volvió a jugar al tenis y sigue proyectando viajes con exigencias de trekking. Su familia y sus amigos fueron la bandera para lograr este cambio.
La voz de la especialista
Laura Michi, profesora de Educación Física especializada en entrenamiento orientado a mejorar la calidad de vida y adquirir hábitos saludables, dice que «el sedentarismo es causante de muchas enfermedades».