¿Te quejás seguido? La ciencia explica cómo expresar el malestar puede afectar tu cerebro, tus vínculos y tu salud emocional. Entender cuándo la queja es útil y cuándo no, es clave para mejorar tu bienestar diario.
¿Quejarse sirve o perjudica? Descubrí qué efectos tiene en tu mente y cuerpo según la ciencia
La queja cotidiana puede parecer inofensiva, pero detrás del hábito de lamentarse constantemente se esconde un proceso complejo con impacto directo en la mente, las emociones y hasta en el cuerpo. Numerosos estudios científicos advierten que quejarse en exceso no solo refuerza una visión negativa de la realidad, sino que también modifica la estructura del cerebro y deteriora el bienestar general.
Expertos de universidades como Stanford, Harvard y Columbia coinciden en que el acto de quejarse activa mecanismos emocionales profundos. Aunque muchas veces puede funcionar como una válvula de escape emocional, su repetición constante fortalece circuitos neuronales que favorecen el pesimismo. Según Travis Bradberry, autor de Inteligencia Emocional 2.0, “el cerebro aprende a quejarse de forma automática, lo que aumenta la probabilidad de volver a hacerlo sin pensarlo”.
Además, el cortisol, la hormona del estrés, se libera ante cada lamento. Su acumulación no solo debilita el sistema inmunológico, sino que también impacta en la capacidad de tomar decisiones, regular emociones y resolver problemas. Incluso investigaciones recientes revelan que 30 minutos diarios de exposición a quejas reducen el tamaño del hipocampo, una estructura clave para la memoria y el aprendizaje.
Pero no todo es negativo. Cuando se usa con propósito, la queja puede ser funcional. Expresar lo que incomoda de forma asertiva y constructiva abre la puerta a la empatía y la solución de conflictos. Así lo señala Margot Bastin, especialista en vínculos de la Universidad KU Leuven: “La clave está en cómo se formula. Si se convierte en un reclamo consciente y orientado al cambio, puede mejorar relaciones y aliviar tensiones”.
La psicóloga Carolina Palavezzatti, por su parte, destaca que quejarse con extraños incluso puede servir como facilitador social. Pero cuando se convierte en la única forma de vincularse, es una señal de alerta. La tendencia a rumiar los problemas sin buscar salidas es el verdadero factor perjudicial. Además, el entorno también sufre los efectos de una queja constante: las neuronas espejo replican el estado de ánimo del otro, creando un círculo vicioso emocional.
¿Qué hacer entonces para no caer en el hábito crónico del lamento? Las recomendaciones de los expertos coinciden:
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Convertí la queja en una acción concreta.
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Pedí apoyo o consejo en lugar de solo desahogarte.
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Identificá lo que sentís sin reprimirlo, pero sin repetirlo innecesariamente.
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Practicá la gratitud para contrarrestar el foco negativo.
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Limitá el tiempo que dedicás a quejarte.
En definitiva, quejarse no es malo en sí mismo, pero el modo, la frecuencia y la intención son determinantes. Como señaló Daniel Goleman, el verdadero poder está en expresar los reclamos con inteligencia emocional. No se trata de callar, sino de redefinir el discurso del malestar para que construya en lugar de destruir.