Padre, hijo y las únicas dos medallas olímpicas del vóley argentino

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Los Juegos Olímpicos que se disputaron en 1988 en Seúl volvieron a poner el vóley argentino en el mapa mundial tras el histórico tercer puesto en el Mundial que, seis años antes, se había disputado en Argentina. En un partido por el bronce que por ser ante Brasil se vivió como una gran final, el seleccionado argentino que por aquel entonces conducía Luis Muchaga se quedó con la victoria y su primera medalla olímpica. Pieza clave de ese plantel fue el gran Hugo Conte, que también dio el presente en estos Juegos de Tokio 2020, aunque sentado en una cabina de transmisión, intentando ser todo lo profesional que se puede cuando se tiene a un hijo jugando, sufriendo y festejando.

Facundo estuvo acompañado toda la vida por el legado de papá, que a veces es mochila y a veces alivio. Que siempre es privilegio. Facundo brilló en Tokio y, una vez más, hizo llorar a papá Hugo. Una vez más y a la vez como nunca antes. Porque andá a explicarle a él qué significa colgarse una medalla olímpica. Y otra vez ante Brasil, como para que la leyenda cierre por todas partes.

“No se puede hacer una análisis, es la gloria. Es haber conseguido la gloria absoluta. Grabamos nuestros nombres en la piedra, esto es para siempre”, dijo emocionado Facundo Conte ante las cámaras de TyC Sports. Hugo, que no podía dejar de abrazarlo, confesó: “Ahora le voy a pedir prestada la de bronce para jugar como él hacía con la mía”.

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