Desde hace años, familiares de enfermos con epilepsia exigen una ley de cannabis terapéutico. Finalmente, ayer, la Cámara de Diputados emitió dictamen de comisión a favor del proyecto que permitirá autorizar al Estado a proporcionar aceite de cannabis a los pacientes con epilepsia refractaria -es decir, aquellas personas que aún con la medicación adecuada no logran controlar sus crisis-, pero sin despenalizar el uso del autocultivo de la marihuana con fines medicinales.
“La epilepsia es una patología neurológica frecuente, ocurre cuando un grupo de neuronas descarga sus impulsos al unísono en lugar de hacerlo gradualmente y por turnos. Esta brusca andanada suele activar y encender a todo el cerebro y provocar la crisis, que puede ser generalizada o focalizada (si compromete sólo a una parte), y causar cambios en la atención o el comportamiento”, explica Alejandro Andersson, neurólogo, director médico del Instituto de Neurología Buenos Aires.
“Se calcula que hay entre 4 y 77 epilépticos por cada 1000 habitantes. En la Argentina, por caso, son 13 cada mil”, agrega Andersson.
Acerca del uso de cannabis, el neurólogo señala que “hay un grupo de pacientes que no logra un control completo de las crisis con los tratamientos disponibles. Para ellos, hay una nueva alternativa terapéutica, diferente, basada en un extracto de marihuana, presentado como un aceite, que sólo contiene propiedades anticonvulsivantes, no psicológicas ni recreativas”, añade Andersson.
Generalmente, las crisis comienzan entre los 5 y 20 años, aunque también hay más probabilidad de convulsiones en adultos mayores de 60. De todas maneras, pueden aparecer a cualquier edad.
El diagnóstico depende de múltiples factores y de estudios de laboratorio, mientras que el tratamiento se basa en fármacos para controlar las descargas eléctricas cerebrales anormales.
Los síntomas varían de una persona a otra y están precedidos por auras, que son las sensaciones previas a una crisis, como hormigueo, percepción de olores que no existen o cambios emocionales. Sobresalen las ausencias típicas, temblores violentos, convulsiones generalizadas -que involucran a todo el cuerpo e incluyen aura, rigidez muscular y pérdida de la lucidez mental- o parciales, según la parte del cerebro afectada.
El seguimiento neurológico adecuado requiere controlar periódicamente al paciente mediante análisis de laboratorio, dosaje de las drogas empleadas y electroencefalograma. El objetivo es lograr que los afectados puedan desempeñarse adecuadamente y desarrollar una vida normal.